El cortijo está pintado de rosa y domina la dehesa. Un camino de tierra asciende hasta él desde la carretera que une Aljucén con La Nava de Santiago. Mugen las vacas blancas cacereñas, chillan las avefrías, se pierde un zorro sobre la antigua estación de El Carrascalejo. Unos niños juegan entre las encinas y Alberto Oliart, el abuelo, sale de la casa abrigado con anorak, visera y bufanda.

Son las cuatro, es domingo, hace un sol resplandeciente de otoño tardío y la conversación tiene lugar bajo un árbol. Sobre una mesa de granito, dos vasos de agua y un plato de perrunillas. En el aire, los ruidos del bosque, los gritos del niño, los recuerdos del hombre...

En la memoria de millones de españoles se han quedado grabados los apellidos de aquellos ministros entusiastas que gestionaron la transición: Pérez Llorca, Garrigues Walker, Fernández Ordóñez, Oliart Sausol... Alberto Oliart Sausol.

-- Sausol es un apellido francés. Los tatarabuelos llegaron a Extremadura a mediados del siglo XIX. Provenían de Provenza y eran importadores de lana extremeña. Su llegada coincide con una crisis fuerte en Francia: acababa de subir Napoleón III al poder. Los tatarabuelos debían de ser republicanos y jacobinos por los libros que tenían en su biblioteca. Se quedaron aquí y uno de sus tres hijos, Aubin Sausol, mi bisabuelo, se casó con una señora de Almendralejo, Clementina Toresano. De ese matrimonio nació mi abuelo Juan, que vivirá en Mérida en la casa donde nací yo y nació mi madre. El tatarabuelo Oliart era de la parte de Salou y de Gerona. Se casó con Clotilde Ruiz, una señora de Don Benito. Vivieron en Valencia, donde él tenía un almacén de tejidos y llegó a ser presidente del Ateneo. Mi padre nació en Valencia, aunque luego se trasladará a Barcelona, pero pasaba todos los veranos en Don Benito. El ya se sentía medio extremeño.

¿Y usted de dónde se siente?

-- Yo nací en Mérida, aunque a los seis meses me llevaron a Barcelona, donde mi padre era abogado. Veraneábamos en Figueira da Foz (Portugal) y veníamos a Mérida todos los septiembres. Al estallar la Guerra Civil, mi padre tuvo que huir de Barcelona ayudado por un diputado socialista, Antonio Fernández Bolaños, que probablemente le salvó la vida. Nos acabamos viniendo a Mérida, pero mi padre también tuvo que salir huyendo de aquí porque el capitán de la Guardia Civil, Gómez Cantos, destinado en Extremadura para reprimir bandolerismo y terrorismo, a los enemigos, vamos, consideró que mi padre era catalán. El jefe de Falange y un tío mío lo montaron en un tren y le dijeron que no apareciera por Mérida porque Gómez Cantos lo mataba. Vivimos luego durante un año en La Coruña antes de regresar a Barcelona.

¿Cuándo volvieron?

-- Mi padre no podía alimentarnos con el dinero que ganaba como abogado en Barcelona. Recuerdo que mi madre tenía que viajar hasta el Pirineo para conseguir un pedazo de carne. Regresamos a Mérida para poder comer. Es entonces cuando comienza mi gran afición al campo. Mi abuelo me enseñó a montar a caballo y a los 18 años mis padres me dieron plenos poderes, me emanciparon para que yo llevara por ellos las fincas. Venía continuamente a Mérida en tren y cuando saqué las oposiciones de abogado del Estado pedí Ciudad Real pudiendo haberme ido a Málaga o San Sebastián para estar a medio camino de Extremadura, donde quedaba mi campo, y de Madrid, donde vivía mi novia, hoy mi mujer... Ya llevamos 48 años juntos.

EL GORDO DE LA LOTERIA

Cuéntenos la historia de esta preciosa finca.

-- Estaba dividida: la parte norte era de mi madre y la sur, de mi tío. En 1979, mi madre me dio su parte y siendo ministro de Industria, me tocaron tres décimos del gordo de la lotería que invertí en comprarle la otra parte de la propiedad a mi primo. Así volví a unir la finca de mi abuela. A partir del año 80 rehicimos el cortijo, trajimos agua de un pozo, etcétera.

Una de las facetas más llamativas de su biografía profesional es que usted podría considerarse algo así como un ganadero con conciencia.

-- En fin, me dediqué a tener merinos puros, cerdos ibéricos, vacas blancas cacereñas... Cada vez que hay una raza autóctona que se pierde, me toca a mí defenderla e intentar recuperarla. Soy presidente de las asociaciones de criadores de todas estas razas en peligro de extinción... Porque ahora se habla mucho del cerdo ibérico, pero cuando yo cogí la presidencia de la asociación, quedaban sólo 6.000 cochinas ibéricas. Aquel año se habían sacrificado 30.000 cochinos ibéricos en la zona. Era el año 1985 y empezamos a luchar. Mientras era ministro, mi hijo Antonio fue tesorero de la asociación del merino y mi hijo Alberto fue secretario general hasta su muerte en accidente cerca de Jaraicejo. Mi hijo Antonio tuvo el accidente que lo llevó también a morir ahí cerca, viniendo a la finca.

Como hombre que conoce el mundo rural extremeño, ¿qué opina de la reforma del llamado PER?

-- Hay que llamar a las cosas por su nombre. El llamado subsidio de desempleo agrario no es tal, sino un subsidio de vida rural que ha permitido la continuidad del asentamiento de gente viviendo en los pueblos extremeños y andaluces. Ha permitido una independencia económica de mujeres en el campo, que no la tenían, y eso me parece muy importante. Cualquier reforma del Per debe tener en cuenta eso si no se quiere el despoblamiento rural y el abandono de formas de vida que podría tener consecuencias catastróficas para ecosistemas como éste de la dehesa.

Ver más