Antes de convertirse en uno de los fotógrafos más relevantes de la prensa española hasta la guerra civil, Luis Ramón Marín viajó infatigablemente por España durante cinco años con un encargo singular. La Compañía Telefónica Nacional de España, en pleno proceso de expansión, le había contratado para que documentara precisamente la llegada del tendido telefónico a pueblos y ciudades. España se modernizaba y el fotógrafo asistiría complacido a la llegada de los signos de esa modernidad a un país atrasado.

Marín tenía 16 años al comenzar el siglo, de manera que cuando empezó a trabajar fue viviendo de cerca los acontecimientos que estaban caracterizando esa época.

Vivirá los locos años 20 , el tiempo de esperanzas de la Segunda República y el horror de la guerra. Esos mundos aparecen en una exposición que cuelga de las paredes del Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (MEIAC) de Badajoz.

La muestra se inauguró el pasado martes, Marín (Luis Ramón Marín. Fotografía 1908-1940) y exhibe 200 fotografías que resumen los 36 años de producción del fotógrafo y que pertenecen a un archivo de 18.000 negativos, en su mayoría de cristal, que sobrevivieron gracias a su familia. La muestra, promovida por la Fundación Telefónica en colaboración con la Fundación Pablo Iglesias, permite conocer la obra de este pionero del reporterismo gráfico español.

Convertido en reportero de prensa para periódicos y semanarios, Marín (que tomó este nombre del apellido de su madre para firmar sus fotografías) pisó las calles como pocos lo habían hecho hasta entonces, huyendo de las fotografías de estudio: acude a fiestas, testimonia los incipientes veraneos en las playas del norte, capta el furor de la automoción y documenta las primeras competiciones de coches o el asombro de la aviación: es el autor de algunas de las primeras fotos aéreas conocidas en España, que empezó a llevar a cabo desde el año 1913, apenas una década después del descubrimiento de este mundo.

Igual cubre un incendio en el teatro Novedades de Madrid (1928), que causó 64 muertos, que una intervención del escritor Ramón Gómez de la Serna subido en un trapecio o fotografía a la famosa bailarina Josephine Baker en su camerino, el aterrizaje de un zepelín en Sevilla (1930) o el combate entre Uzcudun y Camera en Barcelona ese mismo año. Imágenes como estas suponen un reflejo de los principales sucesos de la vida política y cultural española y de algunos de sus protagonistas.

Dirigió también su cámara hacia todo tipo de escenas callejeras y rostros populares y anónimos. Además, fue corresponsal periodístico ante la Familia Real, a la que seguía incluso en sus periodos de vacaciones, de ahí que muchas de las fotografías tengan un carácter familiar inédito.

La Segunda República entra también en su objetivo: la celebración por la llegada del nuevo régimen y las tensiones que se van produciendo hasta el estallido de la guerra, que él vivió en el Madrid asediado. Imágenes del frente (oficiales de pie comiendo en el campo, el retrato de una enfermera) o ya en la posguerra (el entierro de José Antonio Primo de Rivera en El Escorial en noviembre de 1939) exhiben la capacidad de Marín para captar los detalles de lo alegre y lo dramático. La exposición muestra estas pequeñas y grandes historias de lo cotidiano en España.

En un ensayo incluido en el proyecto de esta exposición, Rafael Levenfeld y Valentín Vallhonrat definen así el trabajo de Marín: "No es un notario de la realidad, como a menudo se describe a los que desarrollan este oficio; como reportero, es un contador".