«Mis padres murieron en un accidente de tráfico cuando yo tenía 10 años. Los dos. Nadie podía cuidar de mí, así que empecé a vivir en la calle». Emanuel, que ahora cuenta 13 años, responde a las preguntas con un tono pausado y con una asombrosa sensibilidad. Es el segundo día que se acerca al autobús de Atabal, Tubasa y Don Bosco Fambul a por un plato de arroz. Pero Emanuel también aprecia otros valores. «Aquí aprendo cosas útiles y me gusta la educación que nos enseñan. Yo, cuando sea mayor, quiero ser abogado. Quizás así pueda defender a mis compañeros cuanto tengan problemas», dice.

Emanuel está delgado, luce una mirada triste y habla bien el inglés. Algunas palabras le salen en Krio, el dialecto local, pero utiliza las manos para gesticular y terminar de hacerse entender. «Yo no tomo marihuana ni alcohol, de verdad, pero he visto a mucha gente que sí», señala. Emanuel recuerda poco de los primeros días que vivió en la calle. Era lunes, pero ha olvidado de qué mes. «Tengo dos hermanas pero no sé dónde están. Sé que una se ha casado», cuenta.

— ¿Tienes amigos en la calle?

— Sí, uno. Pero aquí he encontrado muy pocas cosas buenas.

David, el chaval al que se refiere Emanuel, escucha la entrevista justo en el asiento de atrás del autobús. Es hijo de una prostituta y de un militar británico. Su madre se lo dejó a su tía y ella, enfadada porque aquella no lo mantenía, lo echó de su casa hace tres meses. David tiene un ojo de cristal y acude al autobús con una infección vistosa. Se la curan entre Daphne, la enfermera que trabaja en el vehículo, y Jorge Crisafulli, salesiano y director de Don Bosco Fambul.

Para sobrevivir, Emanuel recoge basura y la transporta al vertedero, como muchos de los chavales que habitan en las calles. «Los mejores días consigo unos 4.000 leones (alrededor de 65 céntimos). Pero otros días sólo 2.000 o 3.000. Con eso puedo comer arroz con ‘eva’ ¿Sabes lo qué es? A mí me gusta», dice. Se refiere a casava fermentada, muy popular entre los locales. Y habla de los problemas rutinarios a los que hace frente en la calle. «Lo peor son las peleas. He visto a muchos niños cogiendo cuchillos para irse a pegar con otros. Intento decirles que no lo hagan, que eso no está bien», cuenta.

Emanuel se viste con la ropa que le dan algunos de sus compañeros de andanzas, aunque ya es el segundo día que ha venido al autobús y lo ha hecho en ambos con la misma ropa. «Yo intento no tener problemas nunca. Con la policía tampoco. Pero compañeros míos sí los han tenido. Los han cogido y han intentado escapar y pelearse con ellos», asegura.

— Gracias Emanuel, ya hemos terminado. Ve con Oto y dile que te haga una foto.

— Ok. Gracias.

El pequeño sale del autobús y si dirige hacia donde está el fotógrafo de este periódico.

«Sir, Sir, tu amigo te llama», dice. Y le coge la mano con una delicadeza que no ha abandonado durante toda la entrevista. Ni al hablar. «Emanuel es uno de los futuros beneficiaros del programa de Don Bosco Fambul. Casos como el suyo son increíbles», comenta el Padre Jorge. Cuando ha terminado de hacerse la foto, va donde están el resto de sus compañeros y come un plato de arroz y un plátano. Después vuelve a alejarse con David hacia la zona donde volverá a pasar la noche. El mismo sitio donde lo ha hecho durante los últimos tres años.