Fue en las dehesas de Villamiel, en el rincón noroeste de Extremadura, donde un grupo de ganaderos han asegurado a Jesús Garzón haber visto un lince ibérico el pasado otoño. Por esas fechas, el naturalista, investigador y uno de los impulsores del Parque de Monfragüe encontró unas huellas, en el término de Santibáñez el Alto, en Sierra de Gata, que atribuye a otro ejemplar de este felino, el más amenazado del mundo. Las pesquisas que ha realizado durante todo el 2011, barriendo el norte de la región buscando evidencias de la presencia de linces ibéricos en libertad, le han llevado a asegurar en un informe remitido a la Junta y al Ministerio de Agricultura y Medio Ambiente que actualmente existen en la comunidad autónoma entre 30 y 50 individuos adultos en libertad. La administración regional, sin embargo, no lo cree.

Garzón lleva casi cuatro décadas detrás de las huellas del lince. No solo en Extremadura, también en el sur de Castilla y León, en las zonas limítrofes de Castilla-La Mancha y en los territorios fronterizos de Portugal. De esa labor han salido decenas de informes y análisis sobre la situación del felino en la península. Son trabajos de consumo interno, que siempre ha tratado de hacer llegar a las autoridades y que ha compartido con expertos del ámbito de la conservación. Casi nunca los ha dado difusión. En el último, correspondiente al periodo 2008-2010 y actualizado hasta enero de este año, apunta la existencia de un "mínimo de 30 a 50 ejemplares" supervivientes en las comarcas del norte de la región (Gata, Sierras de Granadilla, Trasierras, Hurdes, Ambroz). Para sostener esta estimación, Garzón se apoya en el trabajo de campo que ha realizado junto a otros cinco investigadores, pateando y rastreando las zonas más favorables para las necesidades del lince, y entrevistando a agricultores, ganaderos, cazadores, pastores y vecinos en busca de indicios (avistamientos, huellas, restos de pelo o excrementos). E incluso ha usado amplificadores de sonido para realizar escuchas nocturnas de sus gruñidos en la época de celo. Esa es la base de su trabajo. El naturalista extremeño también habla de poblaciones dispersas en las laderas salmantinas, abulenses y segovianas del Sistema Central, así como en distintos puntos de Ciudad Real, Albacete y al norte de Toledo. Cita además la existencia de ejemplares en Portugal --como la Sierra de Malcata, junto a Gata--.

Pero los informes oficiales, los que maneja la Junta de Extremadura dentro del Proyecto Lince, subvencionado por Europa, solo se refieren a poblaciones en Andalucía: en la sierra de Andújar y en Doñana. Desde la Consejería de Agricultura, Desarrollo Rural y Medio Ambiente del gobierno extremeño, se niega tener evidencias firmes de la existencia estable de linces desde el 2001. Entonces dos agentes del Medio Natural vieron cruzarse por delante de ellos un individuo cuando inspeccionaban las laderas del embalse de Gabriel y Galán, en Granadilla. A partir de ahí, nada. "Hemos tenido indicios, pero ninguno confirmado. Las pruebas analíticas de excrementos y de pelos que hemos realizado han dado negativo, las fotografías que nos han hecho llegar eran de otras especies y nuestros agentes y técnicos no han vuelto a ver ninguno", explican desde el departamento de conservación de la Junta. "Si los indicios son ciertos, los linces se encuentran", añaden para resumir su escepticismo.

La cría en cautividad

Otro argumento de la Administración es que las huellas, heces y gruñidos de la especie pueden confundirse con los del gato montés. Y agregan: "Si hubiese ejemplares en libertad, no tendríamos un proyecto de varios millones de euros para criarlos en cautividad (Centro de cría de Granadilla) y reintroducirlos". Eso sí, estas fuentes admiten que puede haber individuos de paso, como el que atravesó el sur Badajoz hace un año antes de regresar a Huelva; en este caso estaba controlado por radiotransmisor.

Jesús Garzón defiende que el hecho de que no existan poblaciones estables y controladas no quiere decir que no haya ejemplares. "El problema es que cada vez hay menos y de forma más aislada", arguye. Y además critica a la administración: "Para ellos las especies amenazadas son más un problema que una preocupación". El naturalista pide que se actúe para acondicionar terrenos propicios para el lince. "Los desbroces de matorral, los cambios de uso del monte, las infraestructuras o la escasez de conejos están reduciendo sus posibles hábitats. Hay que intervenir para acondicionar espacios propicios a la especie. ¿De qué sirve un centro de cría del lince si no hay lugares donde soltarlos y puedan sobrevivir?", replica.