Con Medea , Nuria Espert se hizo adulta. Tenía 19 años y, como suele suceder en esas grandes historias teatrales y operísticas, la gran dama, en este caso Elvira Noriega, se había puesto enferma.

Espert se aprendió el papel en catorce días, junto a otros tres de otras tantas obras (Fuenteovejuna , El caballero de Olmedo y Las mocedades del Cid ). Y el 21 de junio de 1954 representó ante el público barcelonés la tragedia de una mujer que, movida por el dolor extremo, mata a sus hijos. Ese fue un momento inaugural de su vida. "De mi vida profesional, sí; pero no solo; de mi vida como persona también", afirma la actriz días antes de sumergirse de nuevo en el personaje que ha determinado su trayectoria como una de las grandes intérpretes de la escena española.

No podía resistirse a ser una vez más Medea para el Festival de Teatro de Mérida y en el lugar en el que lo interpretó entre el 11 y el 13 de septiembre de 1959. Cuatro años antes había figurado en el reparto del Julio César protagonizado por Francisco Rabal; pero fue en ese verano de hace casi 39 años cuando atrajo sobre sí toda la intensidad del personaje.

Veinte años después regresaba al mismo espacio con la misma obra, en la versión de Juan José Tamayo. Otras dos décadas pasaron para que Michael Cacoyanis le ofreciera de nuevo para Mérida el papel de esta tragedia. Mañana, con motivo de la gala de presentación del festival, Nuria Espert realizará un experimento único en el teatro romano: un compendio de lo esencial de Medea , extraído de los monólogos de la pieza de Eurípides y Séneca, a partir de la versión de Juan Germán Schroeder.

--Si contamos, en el teatro romano de Mérida ha hecho una Medea más o menos cada veinte años.

--Es cierto... pero no ha sido algo premeditado. Nunca he pensado en ir asumiendo ese papel cada cierto tiempo. Hay mucho de azar y de amor. Ocurrió la primera vez que nuestra compañía decidió estrenarla en Barcelona y con ella vinimos a Mérida. Y luego con la versión de Juan José Tamayo, y la última, con Michael Cacoyanis. No es que estuviera previsto. Cuando él me llamó podría haberme pedido que interpretara otro personaje y hubiera aceptado; pero me ofreció Medea y dije que sí, porque esta es una obra que ha marcado mi vida. Piense que, por ejemplo, el personaje de Yerma lo he representado en más ocasiones; pero el papel que me ha definido ha sido aquel.

--¿Y cómo ha cambiado su manera de afrontar ese personaje?

--Es cierto que Medea ha ido cambiando conmigo, porque el actor es el resultado de sus vivencias, de sus circunstancias y, claro, no es lo mismo interpretar un personaje con 19 años, luego con 50 y posteriormente con 68, como me ha ocurrido a mí. La vida te golpea y te da alegrías, te va moldeando y esto te da una visión diferente de ella y de los personajes en los que trabajas. Somos un instrumento variable, no como el violinista que toca siempre el mismo violín. Así que yo he ido modificando mi visión del mundo y la Medea que pueda interpretar es un compendio de lo que yo he pensado sobre ella. Pero es un personaje que no se acaba jamás, y por eso ha pervivido a través de las eras, civilización tras civilización.

--¿Cómo explica la pervivencia?

--Bueno, se explica por sus sentimientos y por los sentimientos que suscita en el público. Quien la ve encuentra en ella algo que le conmueve, frente a otros cientos de textos que se han escrito y que han desaparecido. De manera que queda el teatro intemporal. Si uno lo piensa, cada cien años quedan dos o tres obras determinantes. No hay tantas como pudiera parecer. Y está, claro, lo descarnado de la escritura primera. Cómo un personaje vengativo, odioso, es capaz de trascender esos sentimientos y ser visto como un ser humano que, ciertamente, traspasa todos los límites, pero queda como un ejemplo de pasión desenfrenada, más fuerte que el amor o el odio.

--Es una mujer terrible.

--Sí, terrible; pero el público, cuando termina la función, no sale odiándola, y eso lo hace peligroso. Ve en ella tanto dolor que entiende que pueda cometer esos crímenes.

--Y esos fragmentos que ha escogido para representar mañana en Mérida, ¿se corresponden con sus visiones de Medea en el tiempo?

--No, no lo he pensado así. He recopilado momentos culminantes de la obra en los que ella se expresa a través de monólogos, excepto el momento de la muerte de los hijos, en el que hay diálogo. Y los he unido de tal manera que permiten esclarecer el personaje. Es un experimento que no he hecho nunca. Pero amo mucho al Festival de Mérida y en esta ocasión en que se homenajea a Margarita Xirgu, que es un ídolo para mí, pues he aceptado realizar este experimento. Estoy excitada por volver allí.

--No llegó a conocer a Margarita Xirgu, a verla sobre el escenario, pero aun así la admira.

--Porque sé lo que hizo, lo que le debe el teatro contemporáneo, lo que ella ayudó para que diera un paso de gigante. Fue alguien que le dijo sí a Lorca, a Alberti, que representó a Valle-Inclán cuando decían que era un autor irrepresentable. Alguien a quien la guerra condujo al exilio y la dejó fuera de su país, y tuvo un comportamiento impecable. Fundó una importante escuela de arte dramático, fundamental en América. Fue un precedente inalcanzable y dejó una estela como un ángel.

--¿Y qué dejó huella en usted? Porque parece que siguió sus pasos. Con Medea , que ella interpretó en 1932; con Salomé , un año después, y que usted protagonizó en 1985...

--Hay más coincidencias, porque también hizo Rosita la soltera y Yerma , de García Lorca, que yo interpreté. Pero ella lo hizo primero.

--También para usted esos personajes fueron hitos.

--Pero no quita un ápice a la importancia de ella. Le corresponde a su repertorio.

--Y ahora usted da el relevo a Blanca Portillo para este papel.

--Será una Medea estupenda, porque es un personaje que le va muy bien. Ella tiene una vena trágica, que yo le vi en La hija del aire (de Calderón de la Barca, que protagonizó en el 2005). Y eso se tiene o no se tiene, más allá de que uno acierte o no con la interpretación; pero la tragedia necesita una cosa añadida al talento, al drama, esa vena o cómo se le quiera llamar.

--Esos papeles de mujeres terribles que usted ha asumido como Medea, Yerma, Virginia Woolf, Salomé... ¿Cómo pueden verse a medida que cambia la consideración de la mujer en la sociedad?

--Ellas se dan cabezazos con esos mundos en los que viven, rompen las cadenas que las tienen atadas y hasta llegan al asesinato; no se adaptan, como yo he hecho. Tienen un entorno que les aprieta y se abren paso.

--Para usted todo son admiraciones. Puede pensarse que no hará mal ningún papel que interprete.

--(Se ríe) No, no, no. Está usted equivocado. En el teatro tú eres el de esta tarde, lo eres para ese espectador que te ve en esa ocasión.

--Pero no dejan de elogiarla. Ningún espectador entra a su camerino para criticarla.

--No, no lo hacen. Pero lo que pasa es que España es un país muy generoso y olvida aquellas cosas que te han salido mal.

--Lo ha recordado: murió Franco y usted ha vivido 30 años más. Es sorprendente que uno pueda, digamos envejecer, y piense: "Veamos qué me ofrecen mañana".

--Yo pienso todo lo contrario. Pienso: "A ver qué quiero hacer". Y entonces lo hago. Lo otro, las ofertas, son de otra etapa de la vida.

--Y ahora está haciendo Hay que purgar al bebé.

--Eso es. Quise hacerlo y me puse a convencer a la gente para ponerlo en escena y les convencí. Es una obra alegre y estoy encantada de haberla hecho.