El de ayer fue un día triste para miles de universitarios y para la clase política extremeña. Murió, a los 75 años de edad, Manuel Veiga López, que entre otras muchas cosas fuera profesor de Derecho Romano en la Uex, presidente de la Diputación de Cáceres y también de la Asamblea de Extremadura. Pero sobre todo fue una gran persona , al que cuantos coincidieron con él recuerdan con cariño.

Inteligente, irónico donde los hubiera y magnífico conversador, Manolo Veiga falleció ayer en Cáceres, tras agravarse en los últimos días las dolencias que padecía. Esta mañana, a las 11.00 horas, será el sepelio en la iglesia de Fátima de Cáceres.

Aunque no nació en Extremadura, sino en la población salmantina de Alba de Tormes, con pocos años se trasladó junto a su familia a Badajoz, ciudad donde pasó la niñez y la juventud. Tras concluir los estudios de bachillerato, Veiga se marchó a Salamanca a estudiar Derecho. Allí colaboró en la cátedra de Derecho Político impulsada por el viejo profesor Enrique Tierno Galván. Trabajó como secretario general de Mutualidades Laborales en Cáceres y se afilió al PSOE en 1977.

Veiga recordaba una y otra vez de esa época que su afán por transformar la sociedad fue lo que le hizo afiliarse a la extinta Izquierda Socialista, corriente liderada en Cáceres por Pablo Castellano, con el que colaboró estrechamente.

En 1983, aún en la preautonomía, Rodríguez Ibarra le nombra consejero de Presidencia y Administración Territorial, cargo en el que cesa (le sustituirá Jesús Medina) para, tras ganar el PSOE las elecciones autonómicas y municipales y ser elegido concejal por Cáceres, presidir la diputación cacereña (curiosamente le ofrecieron ese cargo o el de presidente de la Asamblea y optó por el primero).

No quiso abandonar la docencia (simultaneó durante unos años el puesto de profesor y de responsable de la institución provincial) y sus antiguos alumnos aún recuerdan sus clases magistrales. Incluso algunos políticos del PP que fueron alumnos suyos, como Elena Nevado (candidata a la alcaldía de Cáceres), dicen que ha sido un "ejemplo de democracia y de cómo se pueden defender diferentes posturas desde el respeto". Otros le consideran, como la socialista Carmen Heras, "el gran mecenas de la Universidad de Extremadura".

APUESTA POR LA CULTURA Y esa vocación por inculcar a los demás conocimientos para que tuvieran una mente abierta y crítica es lo que le llevó a volcarse en su larga etapa al frente de la diputación cacereña (fue presidente de 1983 a 1995) en la construcción de una treintena de casas de cultura, obras que personalmente supervisaba periódicamente.

Pero también debe anotarse en su haber político el impulso que dio a la Institución Cultural El Brocense, la creación del Complejo Cultural Santa Ana de Plasencia o el fomento del turismo de la provincia cacereña.

Manuel Veiga estuvo siempre obsesionado con la eficiencia en cuanto hacía y así se lo inculcó a sus colaboradores y alumnos. También supo ser una persona cercana. Nadie como él disfrutaba de un buen cocido y de una distendida charla en la sobremesa. Su voz grave sentaba cátedra cuando hablaba, pero no era impositiva; era respetuoso con todas la opiniones y no le importaba pasar horas dialogando.

También la ironía fue su sello de identidad y criticó el "clientelismo político" que existía en esos años, a su juicio por la inexistencia de "una gran sociedad civil".

A pesar de su apretada agenda, Veiga también escribió cuatro libros: Extremadura 1983-2058: historia del futuro (1990); Fusilamiento en Navidad: Antonio Canales, tiempo de república (1993); Confidencias y semblanzas (1994); y Extremadura, venial partitocracia (2004).

La salud le jugó una mala pasada y estuvo un tiempo retirado de la primera línea política. Fue elegido diputado autonómico en 1995 y dos años más tarde, tras la renuncia de Teresa Rejas, ocupó la Presidencia de la Asamblea de Extremadura, cargo en el que estuvo hasta el 2003.

Desde ese año y hasta el 2006 fue miembro del Consejo Consultivo de Extremadura.

Veiga defendía siempre el humor para sobrellevar el trabajo y la vida, vida que con él fue poco generosa en salud (sufrió dos ictus, tenía diabetes, retinopatía y cataratas), pero que le granjeó un séquito de amigos entre los que nunca pasó inadvertido, aunque él prefería llamarlos "conocidos temporales" porque consideraba que una vez que no estás en primera línea de la política, la gente se olvida de uno.

Las numerosas muestras de condolencia recibidas tras su muerte rebaten los argumentos de Veiga. Descanse en paz.