José María San Félix permanecía en pie sobre el suelo blasonado de Santa María abriendo los pétalos de los 4.800 claveles, uno por uno, que reposan a los pies del Cristo de las Batallas. "Son las diez de la mañana, y a las cinco espero tener los tres pasos listos". Como él, otros cofrades se afanaron durante todo el día en la concatedral y en Santo Domingo para poner a punto hasta el último detalle de las dos procesiones que salieron anoche por las calles cacereñas: primero, la cofradía de las Batallas, poco después, la nueva hermandad de Jesús de la Salud en su Injusta Sentencia, la segunda que sale a costal tras el estreno de la cofradía del Dulce Nombre el sábado.

Precisamente, la jornada de ayer llegó marcada por la expectación de ver en el casco viejo a los costaleros de Jesús de la Salud, talla completa y policromada del imaginero sevillano Rafael Martín con algunas peculiaridades: es uno de los pocos Cristos de todo el país con una coleta a la usanza hebrea y el único en Cáceres con lágrimas en las mejillas. La de anoche fue su primera procesión y en ella estrenó la peana, con réplicas de las piedras del adarve cacereño, y su trono, en madera oscura y molduras de pan de oro, con óleos de San Jorge y San Damián. Además de la talla, el paso llevaba la silla y la mesa con el pergamino de la sentencia a Jesús, la jofaina y el paño de Pilatos. La cofradía también estrenó cruz guía, bandera y libro de reglas.

La composición, ornamentada con ruscus, alelíes morados, statis y rosas rojas, enfiló su primer recorrido desde Santo Domingo. "Somos 28 costaleros y queremos completar el itinerario. El paso, de seis metros, es uno de los dos más largos del país a costal, pero no supera los 600 kilos", explicó el mayordomo antes de la salida. Al cierre de esta edición, la comitiva continuaba su marcha.

A esas horas también avanzaba uno de los cortejos más recogidos, ordenados y solemnes de la Pasión cacereña: la cofradía de las Batallas. Acompañada por gastadores del Cimov en honor a su origen castrense (la hermandad fue fundada en los años 50 por mutilados de guerra), la comitiva, con los rostros cubiertos y férreo voto de silencio, dejó la concatedral al anochecer y fue cubriendo su bello itinerario, esta vez sin la amenaza de la lluvia de los últimos años.

El Cristo de las Batallas, obra del imaginero abulense Antonio Arenas (1953), desfiló sobre 400 docenas de claveles amarillos coronadas por cuatro centros de iris, con faroles restaurados. Detrás marchaba el Cristo del Refugio, un crucificado del XVIII con impresionantes llagas en su espalda, ornamentado con 400 lirios morados y claveles rojos. Estrenó varales de madera y estructura de aluminio que rebajan el peso 50 kilos y permiten la entrada de otros ocho hermanos.

Le seguía María Santísima de los Dolores, talla castellana del XVIII que no necesita especiales ornamentos dada su bella expresión. Rodeada de alelíes, antirrinums, gladiolos y liliums, cerraba el cortejo con su manto negro terciopelo perdiéndose hacia los adarves en noche ya cerrada.