Cuando Juan Francisco González aparece con su vehículo en la finca que tiene arrendada a cinco kilómetros de Coria, sus vacas acuden a recibirlo con gran entusiasmo. «Ven el coche llegar y piensan: vienen a echarnos de comer. Porque ellas dan vueltas pero no encuentran nada, no hay pasto, está todo reseco», explica este ganadero de 48 años natural de El Batán (unos 840 habitantes) al que la profesión, igual que a la inmensa mayoría de ellos, le viene de familia. «Lo decía mi abuelo: lo malo es que el ganado conozca al amo». La tierra está gastada y suplica agua. El paisaje devuelve una imagen áspera y los animales parecen expresar pena y resignación. «Ni riachuelo, ni charcas, ni laguna... Menos mal que aquí hay un pozo de sondeo que ya estaba hecho para llenar abrevaderos. Pero a mí se me va el dinero en la paja. Cuando no hay agua todo es más caro. Si el año pasado se compraba a ocho pesetas el kilo, ahora es a 16 (sigue hablando en la moneda de «toda la vida»). Al no llover, hay más demanda, y como no ha habido producción, el que conserva paja no tiene prisa en venderla porque sabe que esto va para largo; la puede guardar hasta cuatro meses. Los terneros, sin embargo, valen siempre lo mismo», se lamenta.

Hace un cálculo mental y asegura que en comparación con la campaña anterior, ha tenido que poner 18.000 euros de más. «Yo tengo 130 vacas de carne. Al final no me queda más remedio que deshacerme de algunas, venderlas al matadero para mortadela. Esto no es negocio».

La situación que describe este ganadero extremeño es solo un ejemplo más de cómo el campo sufre los estragos de una sequía que amenaza con convertirse en extrema. Al intenso calor que no cesa se une la falta de lluvia. «Desde abril o antes que no llueve, y venimos arrastrando, además, muchos años secos», subraya.

1,5 MILLONES AL DÍA

Las organizaciones agrarias ya han denunciado las graves consecuencias que está aguantando el sector en la región. Desde UPA-UCE cifran en 1,5 millones de euros al día las perdidas económicas. Un dinero que se va en alimentar y, sobre todo, dar de beber al ganado. Ignacio Huertas, el secretario general de esta entidad, explica: «Cada vez más explotaciones han de tirar de pozos de sondeo, traer agua de otras charcas o incluso comprarla, como ocurre en la comarca de Alburquerque».

Para paliar «las excepcionales circunstancias del año hidrológico en Extremadura», tal y como lo definen, la Junta ha aprobado esta semana la ampliación de las ayudas a los ganaderos para que puedan invertir en mejoras de abastecimiento (se exige una inversión mínima de 3.000 euros) a la vez que ha criticado la «inacción» del Gobierno central.

Ante esta solución, Juan Francisco González reflexiona: «Va a ocurrir lo de siempre, que ponen unos requisitos que no alcanzamos y luego sobra presupuesto. Por ejemplo, la gente que se dedica a esto de verdad lo que tiene es una finca arrendada, y no le interesa o no puede hacer un pozo de sondeo (la mejor solución) porque el terreno no es suyo. Si van a dar ayudas, que sean directas. Y si no hay dinero como dicen, que faciliten créditos a bajo o cero interés». Esta opción es otra de las que está estudiando la Junta a petición de las organizaciones agrarias. «En este negocio -continúa- no puedes decir: cierro en verano y luego vuelvo».

Otra de sus quejas es el excesivo papeleo y la tardanza en recibir la ayuda. «Todo el mundo tiene derecho, pero al final las fincas que funcionan son las de recreo que se compran para dos días de caza. No les importa esperar a que llegue el dinero». Y añade: «La sequía ya sabemos que viene desde hace muchos meses, hay que ponerle remedio antes».

EL CAMBIO CLIMÁTICO

No confía en que la normalidad vuelva y asegura que la única opción es ir adaptándose a un cambio climático «que es cada vez más evidente». «Hablas con los mayores y te dicen que hace 20 años no había estas diferencias. Nos hemos saltado del todo la primavera y el otoño y ahora tenemos un poco de invierno y un verano muy largo, de abril a noviembre».

Y esta sequedad a la que está abocado el campo repercute directamente en la economía. El excesivo calor y la ausencia de precipitaciones obliga a gastar más dinero para que el negocio perviva, esto es, para que los animales puedan comer y beber al aire libre y criarse así en un modelo extensivo, tan defendido por los movimientos ecologistas. Pero la rentabilidad está cada vez más cuestionada. La otra opción es la ganadería intensiva, la industria a gran escala, que sí resulta económica pero cuyos productos pierden la calidad de ese aire libre. «La gente va al supermercado y compra la carne más barata porque todas saben igual», resume Juan Francisco González.

«Al final vamos a quedar para que vengan los turistas a hacer una foto a un ganadero debajo de una encina y digan: ¡Mira, un rústico!», ironiza.

Observa con desesperanza la tierra amarilla, reseca, áspera, y expresa: «Es que aunque llueva, la hierba tarda en brotar unos diez días y hasta que puedan comerla las vacas se necesitan dos semanas más. Lo veo muy largo...».

Dice que a su edad ya no sabría dedicarse a otra cosa. Y cuenta que cuando era pequeño primero iba a ordeñar y luego a la escuela. «Mi padre sí que les ponía nombres, yo solo números». Pero las distingue con la misma habilidad. «Vengo todos los días a echarles de comer, hay que estar siempre pendiente, esto es como tener niños, que nunca los puedes dejar».

Ahora sus 130 vacas también lo conocen a él. Cada mañana lo reciben con euforia a la espera de un alimento que la tierra en que se crían ya no ofrece porque está agotada. El agudo e inusual calor y la falta de lluvia hacen que el campo extremeño se muera de sed. Y de angustia.