Llegará el AVE, que ya es algo más que una promesa, pero, mientras tanto, el estado de los vagones que llevan a los extremeños a Madrid invita a viajar... en coche.

Hartos de encontrarse día sí y día también con el mismo panorama, los viajeros han decidido que unas imágenes valen más que mil pataleos, y han fotografiado lo que ven y padecen. La secuencia fotográfica casi no necesita comentario. Cristales sucios, asientos manchados, moquetas que parecen recién recogidas de un vertedero, desconchones en puertas, ventanillas, anclajes, todo huele a deterioro y abandono.

Parece difícil que con estos mimos el ferrocarril extremeño pueda ser algún día rentable para Renfe, y menos aún apetecible para un operador privado cuando entre en vigor la liberalización del sector.

Si a ello se añade el regalo de la desaparición del tren directo con Barcelona, y el estado general de las vías --sometidas en el último año a un proyecto de restauración aún por iniciar-- que en muchos casos sólo permiten velocidades de 40 o 50 kilómetros hora, cuando no de diez o veinte, a nadie puede extrañar la sangría continua de viajeros, que amenaza con hacer, si nadie lo remedia, que por la región sólo circulen trenes lentos y sucios, pero también vacíos.