La plaga de topillos que durante el último año ha castigado amplias zonas de Castilla y León está a unos pocos kilómetros de Extremadura. La Unión de Pequeños Agricultores (UPA) asegura que estos roedores ya están haciendo estragos en los frutales del Valle del Tiétar, una comarca del sur de la provincia de Avila que limita con La Vera y el Campo Arañuelo. "Están devorando materialmente las raíces de varias especies de frutales y destrozando las economías familiares de un buen número de agricultores", señala Roberto Sáez, secretario general de esta organización agraria en Avila. Aunque no se han alcanzado las densidades de las zonas más afectadas --se ha llegado a hablar de hasta 2.500 ejemplares por hectárea-- la velocidad a la que se reproduce el microtus arvalis no deja a los agricultores abulenses demasiado margen para el optimismo.

"En Extremadura no tenemos noticia de que se haya visto ninguno todavía", indica Ignacio Huertas, secretario general de UPA-UCE, que reconoce sin embargo que existe "cierta preocupación" y que se van a poner en contacto con la Consejería de Agricultura extremeña para "saber exactamente cuál es la dimensión del problema y para que se nos garantice que no hay peligro".

Pero, ¿son una amenaza real estos pequeños roedores para los cultivos de la región? Juan José Luque-Larena, profesor del Departamento de Ciencias Agroforestales de la Universidad de Valladolid cree que no. Y la razón que arguye es simple: "Porque no están allí". Luque-Larena subraya que en esta especie es normal que, cíclicamente, se produzcan explosiones demográficas, pero que éstas ocurren en zonas donde previamente había poblaciones. Y en Extremadura, por ahora, apenas si se ha constatado su presencia. "Es posible que tengan colonias en algunos sitios del norte de Cáceres y que allí sí aumente su número, aunque no va a ser una invasión", incide. En cualquier caso, admite que "aún faltan estudios" sobre este animal que permitan responder a cuestiones como la de por qué, hace varias décadas, dejaron de estar restringidos a las zonas de montaña y comenzaron a colonizar la práctica totalidad de la meseta norte. La disminución de sus predadores naturales --cernícalos, lechuzas o comadrejas, entre otros-- y la implantación de grandes extensiones de monocultivos podrían haber tenido mucho que ver en esta migración.

Lo que nadie parece cuestionar es su capacidad para multiplicarse con desmesurada rapidez --una sola hembra puede llegar a parir casi doscientas crías en apenas un año-- ni su voracidad. Tienen predilección por los cultivos herbáceos, como el trigo o la alfalfa pero, en caso de necesidad, casi cualquier planta les vale.