Son dos palabras de pronunciación similar y que proceden de idiomas distintos. La primera, del italiano y la segunda, del catalán. Las dos significan, en castellano, «Vergüenza». No le ha costado al mismísimo Papa Francisco, en su momento, ningún esfuerzo pronunciar la primera (Vergogna), para pedir perdón en nombre de ésos que, enmascarados bajo su sotana, han abusado del frágil e inocente cuerpo de niños adolescentes a lo largo de la historia de la Iglesia. Más que sacerdotes, han sido «socerdotes», que están muy alejados de ese Dios cuyo cuerpo y sangre consagran cada día en el altar ante sus feligreses.

Pero también hay otra «Vergüenza», ahora en catalán (Vergonya) que deberían pronunciar, con la misma valentía que el Papa Francisco, el antiguo Presidente de la Generalitat catalana y sus predecesores para pedir perdón, en nombre de todos aquellos que se hacen llamar a sí mismos profesores, y que no son más que «maleducadores» aficionados que han abusado y abusan, no del frágil cuerpo de los niños, sino de su alma, inoculando en su pureza el veneno de la incitación al odio y el adoctrinamiento ilícito que les coarta su libertad.

Qué gran «vergonya» tener algunos «colegas», en una parte próspera de nuestro país, que se dediquen a manipular el alma y la voluntad de sus alumnos de manera tan vil y tan rastrera. En ellos, la grandeza de educar y transmitir conocimientos a los educandos sin manipular su pensamiento, les viene demasiado grande. En lugar de educar a los niños para contribuir a crear en ellos un pensamiento libre que les convierta en ciudadanos tolerantes, solidarios y con criterio propio para decidir por sí mismos lo que quieran hacer y ser, los preparan para el odio como si de pequeños monstruos violentos se tratara, para azuzarlos en las manifestaciones en pro de sus ilegales pretensiones. No hay otra forma de entender esa ira acumulada en la mirada de los jóvenes catalanes, que todos hemos visto en la prensa y televisión, que apenas si habían llegado a la mayoría de edad y tenían ya en sus ojos de juventud la mirada del odio viejo, enseñado y hábilmente moldeado y manipulado desde su más tierna edad en las aulas del cole.

Ojalá los dirigentes políticos y muy principalmente los que han de velar por la educación en nuestro país, sean del signo que sean, aprendan de lo que se está haciendo mal en algunas autonomías, y a la hora de transferir en materia educativa en una futura reforma de la Carta Magna, se aseguren de que no haga cada uno lo que le dé la real gana, sino que todos, acogidos a un gran pacto político por la Educación, garanticen que los alumnos de todo el país tengan derecho a una educación igual, digna, limpia, sin privilegios ni manipulaciones, que contribuya a crear en ellos una visión propia de las cosas a la vez que les proporcione la posibilidad de elegir libremente.