Laila M. Rey tiene 26 años. Nació en Madrid pero su padre es de Siria (país tristemente famoso en la actualidad por su conflicto bélico) y su madre de Casar de Cáceres (localidad famosa por sus tortas de queso). El contraste es evidente. Conocí a Laila en el ferial de Cáceres, el botellódromo de la ciudad. Tenía yo entonces 17 años y ella, uno más. Todo un mundo en aquella época. Estaba sopesando estudiar Periodismo y Laila ya lo estaba cursando, así que una amiga común nos presentó. Me dio un par de consejos sobre la carrera que no recuerdo pero que no debieron de ser muy desalentadores, porque al final me metí en ella y todavía no me he arrepentido. Luego me fui a Madrid y la ciudad nos engulló. Perdimos el contacto. No volví a saber de Laila hasta que estallaron las revueltas en Siria. Empecé a pensar en ella. Si viviéramos en los 80, probablemente este artículo terminaría aquí. Pero como existe Internet, puedo transmitirles qué ha sido de Laila, una persona a la que admiro, durante estos últimos años de ausencia.

--¿Qué relación tienes con Siria?

--Apenas había tenido contacto con mi familia siria hasta que tuve 17 años, en el verano de 2005, cuando les visité. Toda la riqueza cultural que se me había privado desde niña me sobrevino de golpe y ese golpe cambió mi vida. Cuando volví a España supe que quería aprender el idioma y regresar a Siria con regularidad. Mis padres me apoyaron y empezaron a enviarme varios meses cada verano, hospedada en casa de mi familia, que siempre me trataron como una más. Me enamoré del país, en especial de Homs, y decidí que quería ser corresponsal para destapar esos malentendidos que suelen nublarnos el pensamiento a veces entre las dos orillas del Mediterráneo. La última vez, en septiembre del 2010, me instalé ya en nuestra propia casa y me dediqué a estudiar y a convivir con una compañera de piso de Hama, una ciudad cerca de Homs. Aunque pretendía quedarme durante unos años, en diciembre se iniciaron las olas de protestas en el norte de Africa y supe que llegarían a Siria. Todos teníamos ese fatal presentimiento. Por eso aquel 18 de abril, con la primera matanza en la plaza de la ciudad, me vi obligada a huir. El sentimiento de culpa por dejar a mi familia allí, desprotegida, es indescriptible.

--Ahora vives en Jordania, ¿por qué decidiste volver a Oriente Medio?

--Aquel sentimiento de culpa nunca me abandonó. A los pocos meses, un primo de Homs comprometido en informar al mundo de las atrocidades que apenas empezaban a cometerse, como los disparos indiscriminados contra los civiles que se manifestaban, murió alcanzado por la bala de un francotirador. Directo a la cabeza. Todos quedamos marcados para siempre. Fue mi punto de arranque en la participación de las manifestaciones frente a la embajada en Madrid. A pesar de todo lo que hacíamos, nos sentíamos impotentes, todas las charlas, los actos en la Puerta del Sol, el involucrarse, no servía frente a todos los vídeos que publicaban los activistas sobre el terreno. Hubo un momento en el que ya no pude más. Yo siempre había querido volver y después de tres años, cuando terminé el Máster en Relaciones Internacionales, en junio del año pasado, me dije que era ahora o nunca. Me decidí por Jordania porque era lo más cercano que estaba de Siria y sobre todo lo más seguro. Volví por muchas razones, escribir, estar cerca de mi familia, seguir con el árabe, a pesar de que abandonaba todo lo que conocía en Madrid. Volví para mantener la esperanza de regresar a Siria.

--¿Cómo estás viendo la deriva en Siria?

--Me horroriza la criminalidad de un régimen que masacra a su pueblo en todas las formas de exterminio posible, me horroriza ser testigo de cómo agentes externos utilizaron las aspiraciones de democracia de un pueblo en beneficio propio y abrieron las puertas a radicales que ahora imponen la tiranía en las zonas liberadas, esa tiranía por la que el pueblo se levantó. Pero lo que más me horroriza, lo que ha dinamitado todo lo que alguna vez me enseñaron sobre derechos humanos y solidaridad, ha sido la indiferencia del mundo ante esta tragedia. Esa pasividad ha destrozado el mundo, al menos el mío, y siento como si tuviera que volver a construirlo de nuevo.

--¿Cuáles han sido las mayores dificultades de vivir en Jordania?

--Supongo que he tenido las dificultades que tiene todo expatriado. Yo quería que fuera así. Quería enfrentarme a todo sola, quería aprender lo que era estar en el mundo de forma precaria. Quizá escogí el camino difícil, trabajar desde el primer día en un hostal donde no me pagaban más que el alojamiento y la comida y en donde acabé sirviendo cafés innumerables horas al día porque no tenía otro sitio a donde ir. Me resultó difícil ser consciente de que no tenía ningún tipo de derechos, como todos los trabajadores ilegales que trabajan en Jordania. Y yo soy afortunada porque lo hacía voluntariamente. O quizá escogí el único camino posible cuando se quiere crecer por dentro. Para mí todo ha sido difícil. Encontrar mi propio espacio donde poder sentarme a escribir ha sido difícil, encontrar un trabajo y mantenerlo está siendo difícil, dejar a las personas que quiero en Madrid, a veces incluso tener que perderlas, está siendo muy duro.

--¿Qué es lo mejor que estás sacando de esta experiencia?

--Una de los momentos más inolvidables fue el reencuentro con mi tío. Tuvo que huir de Siria porque los combates destruyeron su casa y ahora vive aquí, en un distrito de la periferia de Amán (la capital de Jordania). Yo no quise decirle que estaba viviendo aquí hasta que me estabilicé porque pensaba que no podía ser un problema añadido a todo por lo que están pasando. Cuando volví a verlo y me regañó por no haberle dicho que estaba aquí desde hacía seis meses, me llevé una gran alegría. Verle enfadado con un amor de tío de esos de "el clan familiar es tu salvaguarda". Fue como volver a Siria.

--¿Cómo has cambiado personalmente viviendo allí?

--Vivir fuera te hace más fuerte. Puedes parecer más vulnerable que los demás, lo eres, pero en realidad lo que se vulnera sobre todo es la percepción que tienes de ti mismo. De la vida en Jordania he conseguido el mejor análisis DAFO, es decir, he conseguido averiguar cuáles son mis verdaderas debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades. Al comenzar el blog de Diario Expatriado, Elisa Rodríguez, que escribe desde Lituania, hablaba de enfrentarse a los monstruos, a esos que viven en nosotros. Creo que vivir lejos de tu entorno habitual te hace ser más consciente de tus monstruos. Lo pasmoso es descubrir que puedes hacerles frente sin morir en el intento.

--¿Qué mensaje nos darías a los que vivimos en occidente sobre la realidad que estás viendo?

--Aquí el problema es que nunca se han alcanzado ciertos derechos que llevamos décadas disfrutando allá. La ironía es que lo alcanzado allá ahora se está perdiendo. A veces tengo la sensación de que lo único beneficioso sería que fueran conscientes de las carencias y ventajas de cada una y así se influyeran mutuamente para equilibrarse. Desgraciadamente, cada vez se compartimentan más cada una en sí mismas.

--¿Qué podemos hacer los que estamos en España para mejorar la situación en Siria?

--Ser conscientes de lo que está ocurriendo de verdad en Siria es vital. Para eso hay que apoyar un periodismo de calidad sostenible, desgraciadamente ahora en vías de extinción. Hay que exigir a los medios que inviertan en corresponsales y hay que seguir exigiendo la liberación de Javier, Ricardo y todos los periodistas que siguen secuestrados en el país. Para colaborar en la ayuda humanitaria, en Madrid opera la Asociación de Apoyo al Pueblo Sirio o la Plataforma Médica de Cooperación con Siria, donde recogen y clasifican medicamentos para enviarlos a Siria, además de actos benéficos, charlas y ayuda directa a refugiados en Madrid.

Casi diez años después de conocernos en el ferial, Laila y yo volvemos a estar en contacto gracias al Periodismo. Esta vez no hablamos sobre él, sino que intentamos llevarlo a cabo en Diario Expatriado, un blog donde algunos de los jóvenes que hemos tenido que salir de España contamos nuestras experiencias. Desde allí, Laila ha dejado escrita su declaración de intenciones: "No hay mejor manera para afrontar una nueva vida que hacerlo sin miedo".