TPtarece que la crisis va en serio. La primera gran crisis de la globalización, de ese proceso que, se nos decía, sería liderado por las grandes multinacionales, por la iniciativa privada, y nos llevaría a un mundo sin barreras y sin crisis, que minimizaría el papel de los Estados. En definitiva, el triunfo de la libertad y el espíritu emprendedor. No ha sido así. A los conflictos políticos se nos une una crisis económica considerable en el mundo occidental. Y ahora todos acudimos a los Estados a buscar soluciones a una crisis a la que no ha sido ajeno un capitalismo desmelenado. En Estados Unidos, con la ya agotadora crisis de las subprime , y aquí, con un apogeo inmobiliario que pasará a los anales de las grandes euforias del capitalismo (que siempre acaban mal).

Y tiene consecuencias nefastas para empresas y ciudadanos que se han mantenido alejados de estas dinámicas, pero que ahora se sienten amenazados por la inflación, el aumento del paro o la sequía financiera. Aún es peor para empresas que optaron por el sobreendeudamiento, y para ciudadanos que aceptaron el juego de una hipoteca desproporcionada con el valor real del inmueble, a muy largo plazo y con un tipo de interés variable a partir de una referencia inicial próxima al 2%.

Y no se puede estar continuamente echando la culpa a los gobiernos y la banca. Sus responsabilidades tendrán, pero la responsabilidad de quien suscribe un préstamo hipotecario es, esencialmente, de él mismo. Si no es así, la preocupación ya sería extrema. ¿Qué ha sucedido? ¿Qué ha hecho que ciudadanos entren en esta dinámica? ¿Hemos vivido en un sueño colectivo? ¿Estamos en una nueva sociedad? ¿Solo el consumo desproporcionado puede satisfacer a sus ciudadanos? Desconozco las respuestas.

Pese a todo, hay motivos para el ánimo. La crisis se superará. Y, especialmente, me conforta pensar que los empresarios que sufrieron la última crisis inmobiliaria de 1993 no figuran entre los que, actualmente, se encuentran en situación muy comprometida. Es decir, los que pasaron aquello, se acuerdan y han tomado sus medidas. Aquella fue una bofetada muy grande. Decían que un buen cachete educa y no se olvida. Todo un consuelo.