Tailandia vivió ayer una de las jornadas más sangrientas de su historia. Los violentos combates que estallaron en tres provincias del sur del país entre separatistas musulmanes y las fuerzas de seguridad provocaron en sólo unas horas al menos 112 muertos.

Según el último recuento, 107 rebeldes y 5 miembros de las fuerzas de seguridad murieron en los enfrentamientos en la región. La mayoría de los insurgentes eran musulmanes, una minoría religiosa en Tailandia, país que es mayoritariamente budista. Lo ocurrido correspondía a escenas propias de una guerra, con cadáveres ensangrentados jalonando las calles, patrullas de militares en carros blindados y con una de las mezquitas más veneradas de todo el sureste asiático acribillada de impactos de bala.

La violencia se desencadenó cuando jóvenes rebeldes musulmanes asaltaron más de una docena de instalaciones militares y policiales en las provincias de Yala, Patani y Narathiwat.

Las fuerzas de seguridad repelieron los ataques con contundencia, obligando a los rebeldes a replegarse y a buscar refugio en casas y mezquitas. Al menos 38 rebeldes perecieron a manos de los militares en la mezquita de Kruesie, donde se habían atrincherado. Durante seis horas, se enfrentaron al Ejército, que empleó gases lacrimógenos en el asalto.