Eran las 9.30 de la mañana de ayer cuando, frente al Coliseo de Roma, se inmoló un terrorista suicida. Diez minutos más tarde, en la estación República, a 30 metros de profundidad, explotó un vagón del metro y, casi simultáneamente, a la altura de plaza Navona, saltó por los aires un autobús urbano de la línea 64, que suele viajar repleto de turistas hacia el Vaticano.

Todo falso, ya que se trató de una simulación de ataques terroristas para entrenar a las fuerzas públicas. Todo malditamente real, ya que la amenaza de que, después de Nueva York, Madrid y Londres, le toca a Roma, ocupa el primer lugar en la agenda de emergencias del Gobierno de Italia.

Luz tétrica

Un eclipse de sol, invisible a causa de un cielo cargado de nubes, había sumergido los escenarios de la simulación en una luz tétrica e irreal. Una lluvia intensa, que empezó con la primera explosión, acabó definitivamente con el orden ya habitualmente precario del tráfico de la ciudad.

Un grupo antimundialización, conocido como los Desobedientes, retrasó la tercera simulación, vistiendo trajes ignífugos rojos y blancos y enarbolando pancartas en las que se leía un irónico ¿Qué estáis haciendo? y también La única manera de proteger a los ciudadanos es marcharse de Irak . El gobernador civil, Achille Serra, comentó más tarde que los Desobedientes constituyeron "una variable para comprobar los imprevistos". Lo que no esperaba el gobernador es que Interior le jugase la treta de colocar dos pequeños paquetes de explosivo real, sin detonadores, en los escenarios de la simulación, descubiertos casi de inmediato por los perros antiexplosivos.

Tras las deflagraciones consecutivas, no se disparó de inmediato la parafernalia de los equipos de socorro y los controles, porque bomberos, policías, carabineros, Protección Civil, ambulancias y el personal médico, paramédico y político estaban en sus lugares habituales de trabajo. Lo que sí cayó inmediatamente como plomo puro en los lugares de los falsos atentados fue un silencio absoluto, casi de respeto y conjuro a la vez.

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"¡A dónde hemos llegado, Señor!", se lamentaba un taxista aparcado a la buena de Dios en plena avenida de los Foros Imperiales. "¿Qué os pagan por hacer esto?", se preguntaba en voz alta una anciana señora. Numerosos turistas que acudían hacia el Coliseo se miraban atónitos, sin conseguir conjugar las humaredas que se levantaban de vehículos supuestamente en pedazos frente al Coliseo con el relajamiento de todos los demás espectadores.

Una llamada telefónica debía alertar al servicio de emergencias conocido como 112 o 113, tal como habría sucedido de ser todo real, y pasados 10 minutos se escuchó el primer aullido de una sirena. Casi media hora más tarde sobrevolaba la zona el primer helicóptero.

Treinta y cinco minutos hicieron falta para sacar al primer herido del metro. El chófer de la línea número 40 clavó los frenos en la plaza Venecia y tuvo que sacar a los pasajeros gritando que el bus se había roto. "Stop, averiado, roto, kaput", dijo en una improvisación de idiomas. Tres cuartos de hora más tarde llegó la primera ambulancia, después del paso de los artificieros que controlaron, de los municipales que vallaron y de la protección civil que reconoció a las víctimas. La simulación se saldó con 26 cadáveres, 147 heridos y 175 ciudadanos con ataques de pánico. Los papeles fueron interpretados por voluntarios y maniquís.

"Funciona"

"La organización de la ciudad funciona", aseguró el alcalde de Roma, Walter Veltroni. "Podemos abreviar los plazos de reacción", puntualizó más tarde el gobernador. Lentamente, el centro de la capital italiana se convirtió en un campo de batalla después de la guerra: hospitales de campaña, grupos de emergencia sanguínea, motoristas llevando y trayendo mensajes, bomberos con mangueras, ciudadanos pacientes, gente irritada... Nadie reía.