Han tenido que pasar dos años desde que se apartó del poder convertido en uno de los presidentes más impopulares en la historia de EEUU para que reconozca públicamente uno de los asuntos más polémicos de su administración. "¡Joder, pues claro!" fueron las palabras que soltó George W. Bush cuando la CIA le pidió autorización para torturar a uno de los cerebros del 11-S, según cuenta en su libro de memorias, Decision Points, que saldrá a la venta el próximo martes.

Parece que ha llegado la hora de que Bush rompa su silencio, salga de su refugio en Texas y defienda los logros de su Administración, en lo que a todas luces parece un intento de lavar su imagen y reivindicar su papel en la historia. Y qué mejor momento que ahora, que su sucesor en la Casa Blanca, Barack Obama, acaba de ser castigado en las urnas por los ciudadanos.

Bush asegura que el polémico programa Técnicas de Interrogación Mejoradas, eufemismo utilizado para evitar la palabra tortura, ayudó a "salvar vidas". Expertos en derechos humanos lamentan que, seguramente, no llegue a enfrentarse a la justicia. "Teóricamente debería ser procesado", afirma Cherif Boussiani.

"Lo triste es que nadie espera que tenga consecuencias serías", añaden desde Human Rights Watch. "Da la sensación de que se siente políticamente inmune-", dice David Cole, de la universidad de Georgetown.

Rabia por Irak

Otra mancha en su expediente fue Irak, una guerra que sigue justificando asegurando que el país está mejor sin "el dictador homicida". Pero causa estupor leer que se estremeció al saber que no había armas de destrucción masiva. "Nadie se impresionó ni molestó tanto como yo cuando descubrimos que no existían", dice compungido para añadir: "Sentí rabia y hoy todavía la siento".