"Hombres blancos de mediana edad con Obama". En la estación de tren de Paoli (Pensilvania; población: 5.425 habitantes) Larry sostenía este cartel el pasado fin de semana durante una de las paradas de Barack Obama. Esos hombres blancos de mediana edad, de clase trabajadora, se han convertido en los protagonistas de las primarias que se celebran hoy en este estado en medio de un ambiente negativo entre ambos aspirantes demócratas. El senador por Illinois se juega su imagen de candidato firme para noviembre y Hillary Clinton, su derecho a seguir en liza al menos hasta la próxima gran cita (Indiana y Carolina del Norte, el 6 de mayo).

"Estas elecciones van de cambio, y Obama es el que mejor puede llevarlo a cabo", decía Kevin, un profesor universitario seguidor de Obama. Así era al principio, cuando Obama y Clinton se esforzaban en convencer de que es necesario un cambio profundo tras ocho años de George Bush. Pero a medida que el senador afianzó una ventaja en delegados electos que es insalvable para Clinton pero insuficiente para asegurar la candidatura sin la ayuda de los superdelegados , la campaña tomó otro cariz, cambiaron las normas. Se trata de saber quién da más garantías para vencer a John McCain. De ahí el amargo tono de la campaña.