En las escaleras del Museo de las Artes de Filadelfia conviven estos días dos iconos: la famosa estatua de Rocky Balboa y un gran cartel de una exposición con motivo del centenario de Frida Kahlo. Dos iconos muy diferentes --uno de cultura de masas, el otro convertido en una cultura selecta-- vienen a simbolizar el duelo que se vivió ayer en Pensilvania entre una Hillary Clinton que en la campaña se comparó con Rocky ("Yo no me retiro, no me rindo") y un Barack Obama que debe demostrar en territorio hostil que las acusaciones de elitismo no le hacen mella. Una Clinton peleona que busca una victoria holgada para convencer a los superdelegados de que solo ella derrotará al republicano John McCain y un Obama que ha pasado la campaña en Pensilvania a la defensiva.

Al cierre de esta edición la votación aún estaba en marcha, pero ni siquiera Obama parecía confiar en una victoria que ninguna encuesta contemplaba. "No preveo una victoria. Lo que preveo es que va a estar reñido", declaró el senador. Hacerlo bien (perder por hasta seis o siete puntos) para Obama equivaldría a una victoria. Para Clinton, ganar por un escaso margen (la barrera está en los 10 puntos de ventaja con los que se impuso en Ohio) no serviría casi para nada. Vencer a lo grande (más de 10 puntos) podría darle un vuelco a la carrera demócrata.

JUBILADA CON HILLARY "No creo que Hillary deba retirarse pase lo que pase. Ella es la que mejor puede dirigir este país", opinaba en el colegio electoral Saint Francis Xavier de Filadelfia Lucy Singleton, una jubilada de 70 años que, como casi todos los votantes de su generación, apoya a la senadora. El problema para ella es que las matemáticas no la acompañan. En este punto de la carrera es casi imposible que Clinton supere a Obama en delegados electos. Dado que ninguno de los dos logrará la cifra necesaria para ser el candidato, la decisión depende de los superdelegados . "Es una carrera muy disputada que no depende solo de las matemáticas", dijo Clinton.

Y a los superderlegados se dirige la senadora, cuya estrategia pasa por intentar remontar el voto popular y demostrar políticamente que Obama no puede vencer a McCain. En este sentido, Pensilvania es una piedra de toque muy buena, tanto por su demografía como por el tipo de campaña que Clinton ha llevado a cabo: negativa, utilizando argumentos (elitismo, armas, fe, el patriotismo, el reverendo de Obama) que sin duda usarán los republicanos contra el senador en el caso de que sea finalmente el candidato. Su última publicidad mezclaba Pearl Harbor, Osama bin Laden, la crisis económica y el Katrina para incidir en el argumento de la experiencia.

Si Clinton no gana holgadamente en un estado favorable (y que, además, es el último grande en juego) su argumento basado en la debilidad de Obama contra McCain amenazará con desmoronarse. Si Obama pierde a lo grande en Pensilvania sería igualmente peligroso para él, ya que su adversaria le habrá derrotado en todos los estados vitales (California, Ohio, Nueva Jersey, Nueva York) y se pondrá de manifiesto que no logra ampliar su coalición más allá de los negros, los jóvenes y las clases medias-altas. Sobre todo, que su discurso no cala en el americano medio, blanco, de clase trabajadora. Aun así, pase lo que pase, Obama seguirá liderando matemáticamente la carrera.

UNIVERSITARIO "Yo no acabo de entender a la prensa. ¿Qué tiene que ver lucir el pin de la bandera en la chaqueta con el cambio que necesita este país?", se preguntaba ayer en el campus de la Universidad de Drexler Michael Kleinman, de 21 años. Como tantos otros de su generación, Kleinman es un fervoroso seguidor de Obama, a quien admira por sus "palabras y sus acciones". Y como tantos otros de su generación, Kleinman tiene unos padres que no ven tan claro el fenómeno Obama. "Yo creo que el problema es que mis padres no se acaban de creer que puede ganar", opina el estudiante.

Aun así, en las calles de Filadelfia, Obama es más popular. Su organización es más poderosa, tiene más voluntarios (como los que ayer hacían campaña en los trenes) y se ha gastado más dinero en publicidad. "¿Por qué no puede ganar un estado como este?", se preguntaba ayer Clinton. Su argumento es claro: si Obama no puede ganar Pensilvania, no podrá ganar en las elecciones de noviembre. Es el único argumento que le queda.