La palabra árabe hmada puede traducirse por algo así como ¡ay, cuánto...! . Se usa en expresiones exclamativas como hmada men uman (¡ay, cuánto calor!) y hmada men el berd (¡ay, cuánto frío!) . Dicen que éste es el origen de hamada , el nombre con el que se conoce la meseta desértica y pedregosa en la que en 1975, cuando España abandonó precipitadamente el Sáhara Occidental, se refugiaron decenas de miles de saharauis huyendo del Ejército marroquí. Ahí siguen más de 30 años después, esperando que un día puedan volver a su tierra, donde Marruecos, aún sin el aval de la legalidad internacional, ha consolidado de facto la ocupación.

No existe un censo fiable, pero se calcula que algo más de 150.000 personas malviven en esta inhóspita y aislada zona del suroeste de Argelia, cuyas condiciones extremas impiden toda actividad económica productiva. Las temperaturas superan los 50 grados en verano y pueden bajar hasta 0 en invierno, y la vegetación es prácticamente inexistente. Sólo la ayuda humanitaria permite sobrevivir en estas tierras frecuentemente barridas por el siroco y hace apenas unas semanas devastadas, tras años de durísima sequía, por lluvias torrenciales.

El referendo que no llega

En este marco tan hostil, el Frente Polisario ha logrado desarrollar un embrión de Estado en el exilio, la República Arabe Saharaui Democrática (RASD), que el lunes cumplió 30 años de existencia. Reconocida por más de 80 países --aunque entre ellos no figura ninguno europeo ni EEUU--, organiza la vida en los campamentos. Tras el alto el fuego que en 1991 puso fin a la guerra con Marruecos, representa al pueblo saharaui en la no menos dura batalla diplomática por su futuro, a la espera de un referendo de autodeterminación teóricamente auspiciado por la ONU que cada día parece menos factible.

La población saharaui exiliada se reparte en campamentos separados por decenas de kilómetros, no muy lejos de la ciudad argelina de Tinduf, desierto adentro. Los asentamientos tomaron los nombres de las ciudades del Sáhara Occidental que sus habitantes habían dejado atrás: El Aaiún, Smara, Auserd, Dajla. Después se desarrollaron otros núcleos, como Rabuni, donde se concentra la administración, y 27 de Febrero, uno de los más castigados por las recientes inundaciones. Aunque, en realidad, este desastre hizo agravar una situación ya de por sí desesperada.

Según informes de la ONU, el 68% de las mujeres de los campamentos saharauis sufren anemia, y el 38% de la población infantil, malnutrición. "La ayuda alimentaria facilitada por los organismos internacionales era a todas luces insuficiente ya antes de las riadas", afirma Jaime Bará, responsable de la cooperación con Africa de la Cruz Roja Española.

Aproximadamente, por persona y mes, se distribuyen cuatro kilos de harina, medio litro de aceite, un kilo de azúcar, un kilo de arroz y medio kilo de lentejas. A veces también llegan alubias y garbanzos, y algunas latas. "Pues claro que la gente pasa hambre", dice Sietu, una mujer de 53 años cuya historia, por desgracia, no tiene nada de excepcional en Tinduf. En 1975 emprendió una penosa huida de Dajla con sus cuatro hijos y no ha vuelto a ver a su marido.

"Aquí todo el mundo vive de las ayudas, y desde hace dos o tres años cada vez llegan menos", afirma Sietu. Entonces, ¿cómo sobreviven? "Hay muchísima solidaridad. Esto es lo mejor que tenemos los saharauis. Los que reciben dinero de fuera ayudan a los demás", explica. En efecto, las remesas de los emigrantes saharauis establecidos en Europa --sobre todo en España-- y en Mauritania palían la penuria de los habitantes de los campamentos. Este capital aportado por familiares desde el exterior está permitiendo incluso la aparición de una incipiente red de pequeño comercio.

Se hace difícil medir hasta qué punto la desesperanza puede estar haciendo mella en el ánimo de los refugiados saharauis. No cabe duda de lo alejada que está de la realidad la delirante propaganda marroquí, según la cual los habitantes de los campamentos están secuestrados por el Polisario. Pero también es cierto que los responsables de atender a los periodistas, aunque con toda la amabilidad del mundo, controlan y limitan sus actividades y contactos. Coincidiendo con la celebración del aniversario de la RASD, un grupo disidente denominado La Vía del Mártir expresó públicamente sus divergencias con la dirección del Frente Polisario, a la que exige que dimita. Entre los refugiados con los que pudo hablar este periódico, sin embargo, la moral sigue muy alta: "Yo ya me veo otra vez en El Aaiún", afirma categóricamente Ezbeida, una mujer de 48 años que perdió a su marido en la guerra.

El futuro como consuelo

Sukeina, su hija de 29 años, nacida en el campamento, sueña con conocer El Aaiún. "No, no sé cómo es. Me imagino grandes calles llenas de coches y edificios", dice. "El Aaiún es muy bonito --tercia con energía Ezbeida, que no pierde ocasión--. Lástima que ahora esté lleno de marroquís".

Tomamos un té en la jaima de Ezbeida, entre cientos de moscas. Con una hospitalidad conmovedora, la familia comparte con alegría lo poquísimo que tiene. Nos acompaña Mohamed, que viene del campamento de Smara y explica que nació durante el éxodo de su familia. "Tengo la misma edad que la República", dice sonriendo este maestro, que estudió Filología Hispánica en Cuba. "La ONU, en quien tanto confiamos, nos ha olvidado. Si las cosas no cambian, me temo que podemos seguir muchos años aquí. Pero el futuro hay que verlo con esperanza. Este es el consuelo que tenemos. Hay que mantener viva la llama. Si no, la vida no tiene sentido", afirma.