Argentina tiene hambre y sus seis hijos a veces la calman mordiendo la tierra. Argentina Casco tiene 40 años y muy pocos dientes. Se le han caído de no comer en un país, Argentina, que en los últimos cuatro años redujo en 21 puntos la pobreza (en agosto del 2003 golpeaba al 47,8% de la población). Pero algunas provincias, como la nororiental del Chaco, parecen vivir otra realidad. No solo tiene índices sociales espeluznantes: semanas atrás murieron 13 aborígenes por desnutrición. "Estamos como en los peores lugares de Africa", dice Sergio Soto, dirigente del sindicato de maestros, en el centro de Resistencia, la capital chaqueña, a unos 1.000 kilómetros de Buenos Aires.

El Chaco tiene un poco más de un millón de habitantes. Un tercio es menor de 24 años. El 60% no consume las calorías diarias necesarias. Un 48% vive en la pobreza y un 9%, en la indigencia.

Para el abogado Rolando Núñez, del Centro Nelson Mandela, el Chaco es la zona más castigada del país, "aunque produce alimentos para 100 millones de personas". Argentina exportará este año soja transgénica y trigo por 15.000 millones de euros. Un 4% saldrá de aquí.

"EXTERMINIO DE ABORIGENES" La muerte de 13 indios tobas --algunos pesaban 25 kilos-- mostró hasta qué punto han llegado las contradicciones. El Defensor del Pueblo, Guillermo Mondino, presentó ante el Tribunal Supremo una demanda contra la provincia y el mismo Estado, en la que solicitó que acabe "el exterminio de comunidades aborígenes".

"Hay desnutridos en todo el continente, y en Buenos Aires también. Los casos no son tan graves", le dijo al diario La Nación el ministro de Salud provincial, Ricardo Mayol. "No, la situación es dramática desde todo punto de vista", reconoce Egidio Gracía, del Instituto Aborigen.

El azote de la marginalidad no solo golpea a los 60.000 indios ni hay que llegar al Chaco profundo, unos 300 kilómetros, para comprobar esta realidad. "Basta caminar por Resistencia", insiste Núñez. A pocas manzanas de la sede del centro, en Belgrano, una calle de tierra, se perfila una sucesión de casas de lata, cartón y madera. Las chabolas circundan la ciudad, y en ellas viven 360.000 personas. Una de ellas es Argentina Casco. Esa mañana sabía que al menos sus hijos desayunarían en la escuela pública. Melinda Espinosa enseña desde hace nueve años en la escuela 50 de la Villa Don Andrés. Los chicos se le duermen en clase porque vienen con el estómago vacío. "¿A qué hora traen la leche?", preguntan. "A mí me duele en el alma decirles que no cuando quieren repetir de su ración de pan. Pan solo, ¿eh? Sin nada. Cómo me duele ese no".

Hay chicos, cuenta, que guardan su pan para dárselo al hermanito. Los alumnos de Espinosa son hijos de parados, de padres alcohólicos o maltratadores. "A veces sus padres prefieren que repitan curso y, de esta manera, pueden garantizarles que coman. Así y todo, cuatro de cada diez chaqueños no terminan la primaria", dice el sindicalista Soto. La escuela 50 ha vivido este año los efectos de la deserción: su matrícula bajó porque se ha suprimido el comedor escolar.

FUTURO INCIERTO El doctor Rodolfo Amado Sobko, exdirector del Hospital de Maternidad, no se sorprende de los datos. Por la desnutrición, el 30% de los chicos de hasta 14 años tienen dificultades de comprensión. "El problema será mayor la próxima década: no habrá mano de obra calificada ni capaz de soportar trabajo continuo", advierte.

El futuro ya llegó. "Pobreza. Hambre. Desnutrición. Enfermedad de Chagas. Tuberculosis. ¿Cuántos días de vida ha dejado de vivir satisfactoriamente un chaqueño?", pregunta Núñez.