El sol picó desde muy temprano, haciendo más verosímil la idea de que se está en un desierto. La noche había transcurrido en estas laderas con una modesta pero intensa vigilia: unas pocas velas que acompañaron el mismo ritual celebrado dentro del yacimiento, a casi 700 metros de profundidad. La lumbre fue encendida para pedir, una vez más, suerte y un final feliz.

"Esperamos concluir el día de hoy con al menos uno de estos mineros en la superficie", dijo el ministro de Minería de Chile, Lawrence Golborne. Nadie dudó de que la operación San Lorenzo se desarrollaría con rapidez.

La máquina austríaca Ostu- Stettin, encargada de izar y bajar la "jaula" de 4,52 metros, conocida como Fénix 2, se puso en funcionamiento en medio de la tensión, la expectativa y los ruegos silenciosos de sus conductores. El protocolo de descenso de la cápsula construida para traer de vuelta a los operarios atrapados incluyó numerosas verificaciones: eficacia y velocidad de desplazamiento, sonido e imagen. La Fénix 2 puede recorrer 0,7 metros por segundo. "Triplicaremos la velocidad en caso de urgencia", informó el ministro de Salud, Jaime Mañalich.

EN GRUPOS Después debían entrar en acción los otros protagonistas. El primer viaje al fondo de la mina iba a incluir a un socorrista, que dejaría su lugar a uno de los 33. Después se iniciarían los preparativos para que bajara un segundo socorrista, quien realizaría el mismo procedimiento con otro minero. La alternancia se iba a repetir una vez más. Los restantes mineros se dividirían en tres grupos. El primero, de cinco o seis, el segundo de 10, y en el tercero, todos los que faltaran.

"El proceso durará 48 horas si no existe contratiempo", dijo Golborne, sin precisar si ese tiempo incluye todos los aspectos del rescate: traslado al hospital y la posterior revisión médica. "Esperamos lo mejor, pero estamos preparados para lo peor", añadió, imperturbable, Andrés Llerena, un marino puesto al frente de los médicos del rescate.

Mañalich, un nieto de españoles refugiados de la guerra civil, había explicado por la mañana algunos mecanismos desconocidos del izamiento. "Cada vez que un minero esté por asomar a la superficie, va a activarse una clave G. En la boca de salida del túnel va a haber una baliza que generará luz durante un minuto. También sonará una alarma. Eso no significa que algo malo esté pasando. Es para alertar al equipo médico de que está a punto de producirse este parto y que, por lo tanto, tienen todos que ponerse en sus puestos de trabajo para hacer lo que viene lo más expedito posible". Al caer el sol, todos agudizaron el oído, a la espera de la señal.

Los pilotos de dos helicópteros de la Fuerza Aérea y los conductores de dos ambulancias habían sido puestos en estado de alerta temprano. "La luminosidad de la luna del 30% es suficiente para la operación nocturna. Para las primeras horas de la mañana se espera nubosidad. Si eso limita los vuelos, que tienen una duración de nueve minutos, están las ambulancias", dijo Mañalich. El operativo no escapaba a las especulaciones esotéricas: el recorrido de la ambulancia al hospital de Copiapó ha sido calculado en 33 minutos. "Otra señal, ¿no?", dijo uno de los místicos que deambulan por el campamento.

DESEO FRUSTRADO Los mineros están unidos por la experiencia extrema y por eso se juraron abandonar juntos la mina. Pero el ministro de Salud lo descartó de plano. "Es altamente inconveniente forzar la situación desde el punto de vista médico". El deseo de los 33 de Atacama, subrayó, "no resiste un análisis técnico y moral".

Copiapó estaba ayer sobresaltada. Mauricio vendió banderas con los emblemas de los 33 hasta quedarse con las manos vacías. En la plaza principal se levantó una pantalla gigante. Un país esperaba pegado a la televisión. El ascenso, en horas de máxima audiencia, daba a la operación esa pizca de dramatismo que el espectáculo siempre reclama: vértigo y, en el epílogo, el sosiego y la celebración.