Durante 2.000 años los cristianos han confiado en la promesa de Cristo: "Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". (Mateo, 28,20 ). Esta es la esperanza que sostiene la fe de la comunidad de creyentes y que también provee una absolución para las locuras y crímenes cometidos por esta comunidad y sus líderes a lo largo de los siglos. Esta es la paradoja de la historia, el constante riesgo al cual sobrevive la Iglesia como institución.

La primera llamada de Cristo al pescador Pedro y a su hermano Andrés fue un simple imperativo: "Venid conmigo y os haré pescadores de hombres". No hubo límite a su mandato. El mundo entero iba a ser el mar donde tendería sus redes. Pero es un hecho histórico que una red que abarca demasiado frecuentemente se rompe, y muchas veces las aguas embalsadas se convierten otra vez en un sombrío y sangriento mar de confusión.

LA RED ROTA Los últimos años del pontificado que acaba de finalizar han sido una época en la que la red se ha roto y en la que muchos peces han vuelto a las aguas. Ahora todos nosotros tenemos que remendar las redes y encontrar pescadores expertos para volverlas a lanzar. La multitud que mira desde la playa, algunos de cuyos integrantes renunciaron a pescar hace muchos años, se muestra desconfiada y escéptica, aguardando que una voz valiente haga un llamamiento claro a la acción.

La jerarquía de la Iglesia esta profundamente dividida. Y en ningún lugar de manera más visible que en Estados Unidos, Europa y Suramérica. Demasiados obispos han visto cómo su autoridad apostólica era ignorada por los dictados burocráticos que llegaban desde Roma. Demasiadas iglesias locales han tenido obispos designados por la curia romana, sin tener ninguna oportunidad para postular a sus propios candidatos.

Y aún más que todo esto, demasiados temas que reclamaban una investigación profunda han sido barridos bajo la alfombra. El debate ha sido silenciado por decreto. Se han inhibido, por temor a la delación y a la censura, discusiones necesarias entre los clérigos y los laicos. La simplicidad de la Buena Nueva ha sido corrompida por la jerigonza de teólogos y filósofos, ininteligible para la gente común que, al no poder comprender problemas planteados de forma bizantina, los han rechazado como si fuesen irrelevantes.

LA MUJER Las mujeres están amargadas por el lenguaje y las actitudes patriarcales. Ya no se sienten dispuestas a que su papel siga estando definido según los términos de una antigua mariología, en una sociedad dominada por los hombres.

Yo conozco muy bien todo esto. Yo vivo entre hombres y mujeres. Ahora soy un anciano que ha vivido los malos tiempos en la Iglesia de preguerra y de la guerra, y en las instituciones preconciliares. He vivido los esperanzados años de la gran renovación del Concilio Vaticano II y los siguientes y difíciles años cuando los líderes de la Iglesia trataron desesperadamente de reescribir y reinterpretar las decisiones del concilio.

He presenciado el alejamiento de dos generaciones desde el gran papa Juan XXIII. Fue él quien me dio coraje para continuar en la fe. Todo lo que he escrito desde entonces fue hecho bajo su compasiva influencia: "La Iglesia es Cristo. Cristo y su pueblo, y todo lo que el pueblo quiere saber es si hay o no un Dios y cuál es su relación con ellos y cómo ellos pueden volver a El cuando se pierden. ... Enormes preguntas, que mentes pequeñas o simples no pueden responder, pero que para la gente se trata de cosas muy simples. ¿Por qué no debo codiciar a la mujer de mi vecino? ¿Quién se toma la venganza que a mí me prohíben? ¿Quién se preocupa cuando estoy enfermo y cansado y agonizando? ... Yo puedo darles una respuesta de teólogo, pero la gente sólo cree al hombre que siente las respuestas en su corazón y porta las cicatrices de sus conciencias en su propia carne". Escribí estas palabras hace mucho tiempo, en 1963. Creo que son todavía válidas, tanto para aquellos que pertenecen a la Iglesia como para quienes están fuera de ella.

La Humanidad es un nombre que pertenece a toda nación de la Tierra. En todas ellas hay una sola alma que se expresa en diferentes idiomas. Cada país tiene su propio lenguaje, pero aun así los temas sobre los cuales el alma habla son siempre los mismos en todas partes.

EL CAMBIO Lo cual nos lleva, por un corto camino, al núcleo de la pregunta: ¿dónde buscaremos el comienzo de un necesario cambio? ¿En los electores? Su trabajo estará muy pronto concluido. Ellos renunciarán a sus cargos y se pondrán a disposición de su nuevo amo. ¿En el nuevo pontífice? La blanca sotana que el sastre ajustará para que le quede bien le hará sentir el peso del mundo entero sobre sus hombros. El Sacro Colegio le rendirá homenaje, le prometerá fidelidad y aguardará sus actos. Y el creyente esperará para saber si el nuevo pontífice es un reaccionario o un reconciliador.

Cuando la emoción inicial se haya desvanecido y haya disminuido la mareante sensación de que cuenta con un enorme poder, el pontífice se sentirá, y estará, terriblemente solo. Pasará un tiempo antes de que sea capaz de sobreponerse y actuar. Solo en sus aposentos, o en ceremonias públicas, seguramente rezará.

Y esto, creo, debe ser el nuevo comienzo para la Iglesia entera. Tenemos que rezar como nos enseñó el Maestro: "Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad ... líbranos del mal ...".

UN VATICANO III El mal descarnado en el mundo, la desesperación de nuestra impotencia contra éste, anima nuestras plegarias. Sin embargo, una vez formuladas, tenemos que actuar de la mejor manera posible. Estamos ahora en una nueva era. El viejo orden de cosas nunca más retornará. Todo lo que tenemos es Cristo y la comunidad y el Espíritu trabajando entre nosotros. Hay una enorme esperanza en que el nuevo pontífice se abra a las reclamaciones de los fieles --y haga que sus consejeros se

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