Aunque la violencia había disminuido mucho desde las elecciones del pasado 30 de enero, el atentado de Hilla ratifica que los terroristas no descansan, matan cuando pueden y no retroceden ante la repugnancia que despiertan sus acciones. La insurgencia es un pretexto para los suicidas del coche bomba, cuyos inductores, lejos de dirigir una supuesta resistencia, se integran en una empresa criminal de dimensión planetaria que tiene en Irak uno de sus lugares preferidos para enmascararse y prosperar al conjuro de los errores del ocupante.

Los falsos profetas de la guerra santa no reconocen la situación derivada de las elecciones, cuando ocho millones de iraquís desafiaron el terror, y así la lucha de liberación contra el extranjero se convirtió en un combate entre iraquís sobre la reconstrucción o la hecatombe. La alianza táctica entre yihadistas y militantes del partido de Sadam Husein sólo sirve para multiplicar las víctimas y destruir las frágiles bases de la unidad nacional.

*Periodista e historiador.