Con el patriotismo rampante despertado por la reciente guerra de Gaza, el acecho de una incipiente crisis económica y el desprestigio de la clase política, Israel acude este martes a las urnas para elegir en elecciones anticipadas su Gobierno para los próximos cuatro años. Los sondeos dan una estrecha victoria a la derecha del Likud frente al gobernante partido Kadima y auguran la hegemonía del bloque ultranacionalista en el próximo Parlamento. Símbolo de los tiempos que corren es el ascenso desmedido del xenófobo Avigdor Lieberman, la gran revelación de la campaña electoral.

Muy poco tiene que ver esta campaña con la de hace tres años. Entonces, Kadima, el partido fundado por Ariel Sharon y heredado por Ehud Olmert tras la enfermedad de su mentor, marcó el pulso electoral con su propuesta para delimitar unilateralmente las fronteras de Israel con una retirada parcial de la Cisjordania ocupada. Existía entonces consenso sobre la conveniencia de devolver territorios y minimizar la ocupación, pero la oportunidad se malogró y hoy nadie habla de paz. Seguridad y economía son los focos de la campaña, marcada por la falta de planes de reconciliación con el mundo árabe.

VOTO A LA DERECHA "La tendencia ahora es votar a la derecha, de modo que para ganarse a los indecisos ni siquiera los partidos moderados como Kadima o el Laborismo hablan apenas de paz", explica el politólogo de la Universidad Hebrea, Gabi Sheffer. Se impone la receta contraria, abanderada por el Likud de Benjamín Netanyahu y el Israel Nuestro Hogar de Lieberman, al que los sondeos sitúan en tercer lugar delante del laborismo de Ehud Barak, abocado a su peor resultado electoral.

Ambos se presentan como el líder duro y expeditivo que reclama la ciudadanía, huérfana desde que el patriarca Sharon entró en coma. Abogan por volver a Gaza para aplastar a Hamás, apuestan por fomentar los asentamientos, prometen frenar los planes nucleares iranís y se oponen a devolver el Golán a Siria a cambio de paz. "La guerra de Gaza ha intensificado el clima de revanchismo, xenofobia y superioridad, poniéndole a la derecha la victoria en bandeja", dice Meron Benvenisti, exteniente alcalde de Jerusalén.

La calle ha dejado de creer en la viabilidad del proceso de paz. "La gente piensa que lo intentamos todo y no recibimos más que violencia. Ya no confía en los palestinos", afirma el exjefe de Paz Ahora y candidato del izquierdista Meretz, Moshi Raz. La realidad es más compleja. Décadas de propaganda han creado "una memoria colectiva simplista y en blanco y negro", según el psicólogo de la Universidad de Tel-Aviv, Daniel Bar Tal, en la que el judío es siempre la víctima y el árabe el agresor.

A la derecha se lo ha puesto muy fácil la coalición del Gobierno saliente, encabezada por Kadima y los laboristas. Olmert dilapidó la confianza de esa corta mayoría de israelís que está dispuesta a renunciar a los territorios a cambio de paz. Prometió un país mejor para vivir pero declaró dos guerras. Prometió un repliegue de Cisjordania y expandió los asentamientos. Proyectó un acuerdo con los palestinos en un año y hundió a su presidente negándole toda posibilidad de progreso.

Sus escándalos de corrupción y posterior dimisión, origen del adelanto electoral, agravaron la desconfianza de los israelís hacia sus políticos. "A la gente no le interesa la campaña. No creen que su voto pueda cambiar nada", dice el profesor Sheffer. Las propuestas de los grandes partidos apenas varían. Ninguno se declara dispuesto a compartir Jerusalén y todos prometen dureza con Hamás. En economía, hasta los laboristas proponen una bajada de impuestos. "Al margen de la retórica, la diferencia es si son de derecha o extrema derecha", opina Sheffer.

DEMONIZAR AL ENEMIGO La sociedad israelí es mucho más rica que este lienzo monocromo, pero la tendencia de la clase política a demonizar a los enemigos externos y azuzar el miedo han pasado factura. "Todos los gobiernos se esfuerzan por mantener esta sociedad mentalmente asediada y amenazada porque es lo único que la mantiene cohesionada", opina Benvenisti.

La consecuencia de esta actitud de la clase política es un país cada vez más beligerante e intolerante, como se demostró durante la sangría de Gaza. "Víctimas perpetuas", añade Benvenisti, "quien se atreve a criticarles es tachado de antisemita".

En este entorno ha arraigado la islamofobia y arabofobia, explotada por Lieberman en la campaña sin que ninguno de los partidos tradicionales se distancie abiertamente de sus tesis.