El presidente iraní, Mahmoud Ahmadineyad, fue recibido ayer en Beirut como se recibía antaño a las estrellas de rock o a los héroes militares. Miles de libaneses, principalmente chiís, llenaron las calles de la capital para arroparle desde el aeropuerto al palacio presidencial con pétalos de rosas, banderas iranís y carteles con su retrato. Ahmadineyad disfrutó, saludando desde su coche blindado. Y no es para menos. En apenas un lustro, Irán y su aliado Hizbulá han logrado decantar a su favor el equilibrio de poder en el Líbano, a pesar de los denodados esfuerzos de Israel y de la anterior Administración estadounidense de George Bush por torpedearlo.

Ahmadineyad se mostró comedido durante la recepción que le ofreció el presidente libanés, Michel Suleiman, y la plana mayor de un Gobierno de coalición donde coexisten dos bloques rivales, uno apegado a Occidente y sus aliados árabes y otro a Siria e Irán. "Nosotros defendemos un Líbano fuerte y unido. La nación iraní siempre estará a su lado y nunca lo abandonaremos", aseguró el dirigente persa, denostado en Occidente por su verborrea genocida hacia Israel, sus excesos con la oposición iraní y las sospechas que despierta su programa nuclear.

"No hay duda de que ayudaremos al Líbano en las adversidades, especialmente aquellas que presenta el régimen sionista", dijo refiriéndose a Israel, palabras que agradeció el presidente Suleiman. En privado le ofreció ayuda militar "ilimitada", según el canal de televisión LBC, un caramelo difícil de aceptar a tenor del recelo que despierta Irán en la mayoría proocidental del primer ministro suní, Saad Hariri.

Su bloque ha tenido que tragar con la visita porque Hizbulá tiene las armas y el poder de veto en el Gabinete. Es decir, el poder en tiempos de crisis, como se demostró en junio, cuando el Líbano tuvo que abstenerse en la votación de nuevas sanciones contra Irán en el Consejo de Seguridad de la ONU. A principios de mes, los dirigentes libaneses le acusaron de "considerar al Líbano una base iraní en el Mediterráneo", pero ayer tuvieron que guardar las formas. El caudillo cristiano, Samir Gagea, acudió a recibirle, y Hariri se reunió con él durante media hora.

Los analistas interpretan que el presidente iraní ha viajado al Líbano para dejar clara su influencia en la región y mostrar a Israel que, si se atreve a atacar, recibirá una respuesta inmediata. ±Quieren demostrar que no están aislados y que el equilibrio se ha inclinado a su favor. Tienen a Siria y a Turquía y, si Maliki es reelegido, también a IrakO, asegura el analista libanés, Gaby Jammal.

TAMBORES DE GUERRA Su periplo llega en un momento delicado para el Líbano. Nuevamente se escuchan tambores de guerra civil. Los rumores apuntan a que el tribunal internacional que investiga el asesinato del exprimer ministro Rafik Hariri acusará del magnicidio a algunos miembros de Hizbulá. El movimiento chií, que intenta secar los fondos que su país aporta al tribunal, ya ha dicho que no lo tolerará.

EEUU acusó al líder iraní de "provocación" y rechazó los "intentos de desestabilizar la región". Ahmadineyad no le escuchó. Estaba dándose un baño de multitudes en Dahiyeh, feudo de Hizbulá en el sur de Beirut, arrasado por Israel en el 2006.