Después de un año que había comenzado con el lanzamiento de la campaña contra la desnutrición Hambre Cero y que terminó con un crecimiento cero de la economía, y, a la par, fabulosas ganancias del sector financiero, el Brasil soñado por el presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, sigue siendo una silueta borrosa. Las cosas no han salido como se pensó al llegar Lula al palacio de la Alborada.

Antonio Pallocci, un extroskista y defensor de la revolución permanente, hizo del ajuste nada piadoso su bandera en Hacienda. La recesión, por otra parte, provocó estragos en el mercado interno y sólo cantaron victoria los exportadores, motor de una balanza comercial récord. El Fondo Monetario Internacional (FMI) y los mercados empezaron a considerar a los hombres que antes tanto temían. El dólar bajó. Los bonos de la deuda mejoraron su cotización. Por contra, aumentó el paro y la desigualdad social.

Pocos días antes de acabar el 2003, el presidente, en su programa radiofónico semanal Un café con el presidente , recordó haber recibido un país al borde de la suspensión de pagos y volvió a pedir paciencia. "A ningún niño le gusta que le pongan una vacuna, todos lloran (...) pero la madre va y se la pone. ¿Por qué? Porque sabe que está garantizando su futuro", dijo.

"El tiempo de las metáforas se terminó", le dijo la revista Primera lectura . Tras un año en el que se sancionaron leyes fundamentales --la presupuestaria y la reforma de las pensiones--, a costa de la primera sangría en el Partido de los Trabajadores (PT), en el Gobierno no dejan de decir que lo peor ya pasó.

El Banco Central augura un crecimiento del 3,5% de la economía. "Es tiempo de distribuir mejor", dijo Marco Aurelio Gracia, uno de los principales asesores de Lula. Más de un 60% de los brasileños confía aún en que esas palabras no serán una consigna más.

"¿Qué clase de país es éste", se preguntó Queridos amigos , una publicación que solía sintonizar con los ideales del ahora gubernamental PT. En su último número, dos de los más brillantes intelectuales brasileños, el jurista Dallmo Dallari, y el secretario de Desarrollo Económico de Lula, Tarso Genro, polemizaron al respecto. "Se hicieron concesiones excesivas a los poderes financieros", dijo Dallari.

"El de Lula es un Gobierno reformista moderado. La correlación de fuerzas en la sociedad brasileña, el tipo de alianzas que hicimos, no ofrecía condiciones políticas para un ejercicio real de un Gobierno de izquierda sino uno de centroizquierda. Por lo tanto, éste es un Gobierno de conciliación con los factores (de poder) internacionales", justificó Genro.

Días atrás, y como otra prueba de la distancia entre los deseos y la realidad, el Ejecutivo aprobó la ley de renta básica, destinada a mejorar la situación de los desfavorecidos. Pero no entrará en vigor hasta el 2005, en los cálculos optimistas.

Posible reelección

En este contexto, un Lula que siempre fue reacio a la reelección dio varias pistas de que ha cambiado de parecer. La primera prueba de fuego de esas aspiraciones serán las elecciones municipales. "La gente entonces va a comparar lo que el PT prometió y lo que se está haciendo", dijo el presidente del Partido Socialdemócrata, José Serra, a quien Lula derrotó en las presidenciales del 2002. La derecha también espera con los brazos abiertos a los desencantados. Y este vasto país, donde existen cerca de 18.000 organizaciones patronales y de trabajadores, se crea un promedio de un sindicato cada día, según los datos del Gobierno.