La nueva presidenta del Frente Nacional (FN), Marine Le Pen, tomó ayer formalmente el relevo de su padre Jean-Marie al frente de la ultraderecha francesa con la firme voluntad de pasar hoja a la estrategia del exabrupto para convertir el partido en un "instrumento eficaz para conquistar el poder". En la voz bronca y enérgica de la benjamina del clan Le Pen, la palabra "poder" sonó como una amenaza. Así lo perciben tanto el partido conservador de Nicolas Sarkozy como la izquierda, alertada de que, bajo su imagen moderada, es "más peligrosa que su padre".

Al calor de los sondeos --predicen a la heredera un porcentaje de entre el 17% y el 18% de los votos en las presidenciales del 2012-- y de su incontestable talento mediático, Marine se ha impuesto al eterno aspirante a hacerse con las riendas del partido, Bruno Gollnisch, de 60 años. La dirigente, de 42 años, obtuvo el 67% de los votos de los cerca de 24.000 militantes del FN.

Después de agradecer a su padre, de 82 años, la entrega al partido que fundó hace casi 40 años con un emocionado recuerdo, Marine Le Pen realizó su primer discurso como presidenta. Lo hizo sin complejos, pero con un estilo más sobrio del que acostumbra a utilizar. Una estudiada puesta en escena para subrayar su autoridad y hacer creíble su perfil de candidata a las presidenciales. Como tal, presentó su hoja de ruta en un discurso elaborado, alejado de la gesticulación y de las invectivas furibundas con las que el patriarca solía arengar a sus filas.

MENSAJE POPULISTA El fondo, sin embargo, no es muy diferente. Aunque con una sustancial divergencia --Marine dice no compartir la visión del nazismo de su padre, que juzga "un detalle" las cámaras de gas de los campos de exterminio--, los ejes de su mensaje hacen honor al populismo de su progenitor.

Le Pen hija ve a Francia sumida en el "declive", tanto desde el punto de vista económico como social y cultural. Su "estrategia para conquistar el poder" pasa por "devolver la soberanía al pueblo" con una política basada en un Estado que "restaure el marco político de la comunidad nacional". Es decir, que deje de alentar "una asimilación a la inversa", en la que "los franceses son víctimas de violencias racistas en su propio país". El rechazo a la inmigración va acompañado de un rechazo a la Unión Europea y al euro. Marine clama en favor de una Francia "liberada del dictado de Bruselas", que "asume sin complejos el patriotismo económico y social".