Nada más empezar la primaria, con apenas 6 años, los niños franceses aprenden cuáles son sus derechos. Forma parte del programa pedagógico de la escuela pública. La cultura de la reivindicación se inocula, pues, desde la más tierna infancia. Así que no es de extrañar que, una vez adultos, se echen a la calle a expresar su indignación cada vez que se consideran víctimas de un abuso. Este otoño han vuelto a hacerlo, en defensa de sus pensiones, con el espíritu combativo y revolucionario --historia obliga-- que les caracteriza.

Desde el 7 de septiembre, las huelgas del sector público y las manifestaciones han ido subiendo de tono hasta llegar a las refinerías y dejar secas parte de las gasolineras. La psicosis de la escasez de carburante ha sacudido a los ciudadanos, que, pese a ello, simpatizan con la protesta. A principios de la semana, el 71% apoyaba, según un sondeo, la oposición a la reforma. ¿El retraso de la edad legal de jubilación de los 60 a los 62 años es para tanto? En realidad, tras la cólera de los franceses laten múltiples sentimientos.

Con la reforma ha cristalizado un malestar general por la crisis y, sobre todo, por la política de Nicolas Sarkozy. El presidente encarna un poder injusto, que ayuda a los bancos para salvarlos de la quiebra, se resiste a subir más los impuestos a los ricos y hace pagar a los trabajadores los platos rotos de la recesión. En este contexto, el escándalo Woerth-Bettencourt --un caso de financiación ilegal y conflicto de intereses que afecta al ministro de Trabajo, Eric Woerth, el hombre que pilota de la reforma-- ha tenido un efecto letal. El vergonzoso episodio de las expulsiones de gitanos ha acabado de hundir la imagen del jefe del Estado.

Pero las pensiones simbolizan también el final de un mundo. Si la movilización se ha extendido desde el cartero a punto de jubilarse hasta el estudiante de 15 años se debe a que la reforma "concreta el miedo al futuro de los franceses", según Marie France Garaud, presidenta del Instituto Nacional de Geopolítica. "Los agricultores no pueden vivir del campo, las fábricas se deslocalizan... Si esto continúa seremos un país de turismo rico", augura Garaud. Así que los jóvenes, en vez de manifestarse contra el sistema como sus mayores en el mítico Mayo del 68, ahora lo hacen para defenderlo. "Sarko, estás jodido, la juventud está en la calle", gritan mientras otros jóvenes --que en lugar de pancartas sostienen barras de hierro-- emergen de la banlieue para sembrar el caos y medirse con la policía.