Roma se había vestido de gala para vivir la denominada noche blanca. Museos y exposiciones abrían sus puertas gratis hasta el amanecer y en cada rincón de la capital italiana se organizaban conciertos y actividades. Los monumentos de la ciudad eterna habían sido iluminados con juegos de luces, creando una atmósfera espectacular, para recibir a las más de un millón de personas que se habían lanzado a la calle.

Pero como en el cuento de Cenicienta, sonadas las campanadas de las 3.30 de la madrugada, la fantasía terminó de repente. Sin previo aviso, se acabaron los conciertos, los juegos de sonido y luz y las proyecciones. Los monumentos cayeron bajo las tinieblas.

El apagón que estaba viviendo toda Italia causó en Roma el caos. Mientras que el resto de los italianos dormían, la capital estaba despierta, con un tráfico y una actividad parecida a la de cualquier hora punta de un día entre semana. En el momento en el que sobrevino el apagón, en el centro de Roma había más de medio millón de personas por las calles con el agravante de que comenzaba a llover.

PROTESTAS Y TEMORES

En un principio, algunos de los noctámbulos pensaron que se trataba de un efecto escenográfico. Pero la luz no volvía. "Demasiada energía utilizada en una sola noche. Roma no estaba preparada", era alguna de las frases que podían oírse entre los ciudadanos que se encontraban en las oscuras calles. Otros pensaban en lo peor, en un atentado.

Para todos, la noche blanca había acabado y, en la noche más oscura, el problema era volver a casa. Las dos líneas de metro abiertas para la ocasión, se pararon. Muchos jóvenes, sentados en el suelo de las estaciones, esperaban que amaneciese o que dejase de llover para poder salir a la calle. "No se puede ir al baño, ni tomar un café, ni volver a casa", explicaban algunos. Los que se encontraban en sus coches vivieron atascos eternos, agravados al no funcionar los semáforos.

SIN INTERNET NI MOVIL

Los que pudieron escapar a tiempo de la pesadilla en la que se convirtió la noche blanca se despertaron por la mañana sobresaltados por el ruido incesante de las alarmas de las tiendas y de las casas, sin saber qué había pasado. Las nuevas líneas rápidas de teléfono e internet no funcionaban sin electricidad y los móviles tampoco estaban operativos. Además de la sobrecarga en las líneas telefónicas, después de varias horas sin electricidad, las compañías habían agotado las baterías para distribuir la señal.

La Roma del 2003 se encontraba incomunicada. Sólo gracias al tradicional transistor con pilas y una única emisora de radio, la RAI, que transmitía con generadores, se conseguía saber qué había pasado.