Apoyado por 42 partidos políticos, desde el tradicional Copei hasta el izquierdista Bandera Roja, el candidato unitario de la oposición venezolana, Manuel Rosales, ha representado el primer intento serio de formar un frente único para acabar con lo que la beligerante analista Marta Colomina denomina "una satrapía enmascarada por la prodigalidad de los recursos petroleros y la ceguera de buena parte de la comunidad internacional para verla". Los venezolanos coinciden en señalar que Rosales "le ha robado el show a Hugo Chávez con su gira proselitista de alto perfil".

En apenas tres meses, y gracias a esa campaña electoral, alabada incluso por algunos sectores del oficialismo, el eficiente gobernador del estado petrolero de Zulia ha logrado una popularidad que ayer le hacía verse, si no como presidente, al menos como líder moral de quienes asumieron el despectivo título de "escuálidos" que les endilgó Chávez. Frente a la verborrea del gobernante, Rosales muestra una especie de timidez y una peculiar fraseología que le ha llevado a decir cosas como: "No hay que pedirle peras al horno".

Vestido con tejanos, zapatillas y una franela (camiseta), Rosales se lanzó por los barrios pobres de Caracas dispuesto a disputarle el terreno a Chávez con similares métodos populistas. Sudando, acarició niños, apretó manos y besó señoras, mientras sus ayudantes repartían a cuenta del petróleo las tarjetas de débito Mi Negra, a la que, por si acaso, casi nadie le hizo ascos. Al entregársela a una mujer, el candidato dijo: "Con mi negra , esta señora solucionará sus problemas de seguridad...y le quedará suficiente para montar una fábrica de helados".

El calor de la campaña le llevó a prometer incluso: "Nosotros repartiremos la propiedad privada". Pero la seguridad frente a la violencia y el malandraje, imperantes no solo en la capital, resulta ser su mayor preocupación, por encima de las palabras. Rosales resaltó, por ejemplo, que "la gente está cansada de tantas muertes por causa del vicariato" --por sicariato--, o que "la inseguridad también está en Margarita, que es una isla rodeada de agua".

La preocupación opositora por la posible continuidad indefinida del tirano se reflejó en su frase: "Chávez quiere durar cien años, que es casi un siglo". No obstante, negó haber participado en el golpe de Estado del 2002 y haber apoyado con su firma al efímero presidente provisional, Pedro Carmona. "El 12 de abril lo que firmé fue una lista de invitados", dijo Rosales, quien ahora promete que no se va a "dejar seducir por cantos de ballena".

Preocupado por la represión, llegó a advertir: "Si me matan y me muero, responsabilizo al Gobierno". Calificado por algunos analistas internacionales como "una bocanada de aire fresco" frente al "trasnochado" estilo de Chávez, Rosales inició sin miedo su subida al oráculo de Delfos, al que los griegos planteaban las cuestiones inquietantes, y dijo: "No consultaré al oráculo de Adolfo".