El flamante presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, ha llegado a donde siempre soñó llegar con los votos y la bendición del jefe de Estado saliente, Alvaro Uribe. Pero en pocos meses ha amasado un capital político propio. En Bogotá ya se habla del santismo y de las diferencias con el pasado reciente del cual Santos fue arte y parte. El hecho más comentado ayer por los analistas políticos tenía que ver con el tono de su primer discurso como presidente de Colombia, de carácter conciliador, "muy distante del de centro-derecha que caracterizó al Gobierno de Uribe", según señaló en sus páginas la revista Semana.

A pesar de presentarse como un continuador eficaz de la política contrainsurgente, Santos dijo estar dispuesto a negociar con la guerrilla de las FARC si abandona sus prácticas aberrantes. "La puerta del diálogo no está cerrada con llave", dijo. La frase, comentó Semana, habría sido considerada un anatema con Uribe. En plena luna de miel con las mayorías, y con un enorme respaldo parlamentario, Santos defendió la independencia del poder judicial y la necesidad de devolver la tierra a los campesinos que la han perdido en el conflicto armado. Todo un atrevimiento en un hombre de la aristocracia política bogotana.