Esperanza, posibilidad, cambio. El contenido de las tres ideas en las que se cimentó la campaña electoral de Barack Obama empezó a evaporarse poco después de su llegada a la Casa Blanca, haciendo que, para buena parte de sus bases, la idea de una presidencia radicalmente diferente se escapara de sus manos como un globo que se desinfla.

Tras 13 meses perdiendo ese oxígeno, escuchando cada vez más voces críticas sin poder responder con hechos concretos, el domingo, al lograr, tras un desquiciado debate, aprobar la reforma sanitaria, Obama inyectó aire de nuevo en su presidencia. Podía al fin, y lo hizo, presumir de una reforma "no radical pero sí trascendente"; cambio al fin y al cabo. Ha logrado Obama lo que intentaron sin éxito otros antes: extender la sanidad, aunque sea en buena parte alimentando un sistema de seguros privados, al 95% de la población no jubilada (se calcula sin embargo que en el 2019 habrá 23 millones de estadounidenses aún no asegurados, y de ellos solo la mitad serán inmigrantes sin papeles). Y aunque el mismo domingo poco antes de la medianoche habló "no de una victoria política, sino para el pueblo", recuperó ideales demócratas que habían estado en letargo.

"GRANDES COSAS" Pudo defender Obama una forma de hacer política: "Resistimos la influencia de intereses especiales --proclamó minutos después de la aprobación de la ley que firmará hoy en una ceremonia en la Casa Blanca--. No nos entregamos a la desconfianza o al cinismo o al miedo. En su lugar, demostramos que somos gente aún capaz de hacer grandes cosas". Entre ellas --aunque no lo dijera en un discurso de celebración contenida--, llevar a un país donde el individualismo y el libre mercado son religión a un debate inevitable sobre el bienestar y la justicia social. En el camino hacia su primer gran triunfo, posiblemente el mayor que vaya a tener como presidente, Obama ha tenido que dejar aparcada otra de las ideas con las que llegó a Washington: alterar las costumbres que en los últimos años han ido abriendo una brecha cada vez más profunda entre demócratas y republicanos y convertirse en el primer presidente pospartidista. Es más, la reforma sanitaria ha confirmado una división más profunda que nunca, una polarización política y social ya visible en los ocho años de mandato de George Bush hijo, pero nunca tan evidente como ahora.

Incluso otro demócrata, Lyndon B. Johnson, consiguió casi la mitad de los votos republicanos para la ley que creó Medicare, la cobertura para mayores de 65 años. Y los historiadores no recuerdan ninguna otra ley de trascendencia similar a la de esta reforma sanitaria que no contara con un solo voto republicano (y eso que, siguiendo las indicaciones de la Casa Blanca, incluye dos centenares de enmiendas propuestas por la oposición).

Aunque es pronto para saber cómo afectará el triunfo político a la presidencia de Obama, hay algunos hechos ya indiscutibles. El presidente tiene en los líderes de su partido en el Congreso, y especialmente en Nancy Pelosi, aliados decididos y tan perseverantes como él, que serán bienvenidos cuando acometa otros empeños, como la reforma de la inmigración o del sistema financiero. Fue Pelosi, presidenta de la Cámara baja, quien resistió los envites de algunos asesores cercanos al presidente, como Rahm Emanuel, que veían en la rebaja de aspiraciones la única posibilidad de aprobar el cambio. La reforma que Obama convertirá en ley está muy lejos de satisfacer las expectativas del ala y las bases de su partido más progresistas, pero no ha sido tan descafeinada como algunos propusieron.

Pelosi puede pagar un precio político, como el presidente, si el país no responde como ambos esperan a la reforma y los ciudadanos, ya agobiados por la crisis y un paro de cerca del 10%, convierten sus votos en herramienta de castigo en las legislativas de noviembre.

Para tratar de evitarlo, Obama inicia hoy una intensa campaña, otra más en la que se volcará personalmente, para volver a vender la reforma. Su ventaja es que la mayoría de los cambios inmediatos son prácticamente imposibles de censurar, por ejemplo prohibir a las aseguradoras rechazar a gente cuando enferma o por dolencias previas. Otros más conflictivos, como las subidas de impuestos, tardarán años en ser visibles.

De momento, el presidente ha logrado volver a conectar con buena parte de las bases que se habían alejado de él en 13 meses. Su decisión de conceder una orden ejecutiva a los antiabortistas de su partido le ha granjeado críticas de grupos de activistas, pero no altera, sino que ratifica, lo que estaba en la ley del Senado. Y muchos de los que suelen quedarse en los márgenes ante la vida política sí se implican cuando los ataques son desproporcionados, y Obama puede esperarlos: varios gobernadores y fiscales generales republicanos han anunciado ya demandas contra la ley (a las que los expertos no auguran éxito).