Como tantos bagdadís, Um Yusif, sabía que este Ramadán sería distinto. Por eso el sábado estaba en Al Shorja, el principal mercado de Bagdad, comprando los alimentos necesarios para varios días. El clima de inseguridad que vive la capital iraquí ha motivado que la mayoría de los ciudadanos renuncien a las celebraciones en la calle o a las tradicionales visitas a amigos o familiares "Cuanto menos haya que salir a la calle, mejor, y menos aún de noche", dice.

Pero ni esta mujer de 39 años, ni la mayoría de sus conciudadanos, podían imaginar este inicio de Ramadán. Sirenas de ambulancias arriba y abajo, calles cortadas, 74 coches reventados tras el estallido de las bombas o con daños de menor consideración.

REPERCUSIONES

Una alambrada y dos tanques norteamericanos impiden que nadie se acerque a la sede de la Cruz Roja. En la acera, Nada Dumani, una libanesa encantadora que trabaja de portavoz en Bagdad de esta organización humanitaria, está al borde del llanto. "No puedo entenderlo. Hemos estado aquí --explica Nada-- desde 1980. La gente nos conoce. Fuimos la única organización humanitaria internacional que nos quedamos durante esta última guerra.". "Y ahora --añade-- el precio lo pagan los iraquís, que han sido las víctimas de este ataque. ¿Quién puede haber hecho esto?". Una pregunta de difícil respuesta.