La muerte ya tiene rostro en Irak para el público de EEUU. Ha hecho falta que cayesen más de mil soldados para que sus compatriotas pudieran ver al fin la doliente e interminable hilera de sus caras, publicada ayer por The New York Times , ya que el prestigioso diario se saltó la censura impuesta por George Bush para esconder los efectos más duros de una guerra cuyo fin nadie es capaz de ver.

Sonrientes y serios, blancos y negros, hombres y mujeres, con gorros de todas las armas de las Fuerzas Armadas, estos rostros que ya no existen se clavaron ayer en el corazón de los lectores, desbordándose de la doble página que sólo pudo albergar 800, en retratos como sellos.

Más de la mitad formaban en el escalón militar más bajo y peor pagado, donde se alistan las minorías negra e hispana por las oportunidades que ofrece el Ejército para mejorar de condición, aprendiendo un oficio o logrando título académico. La mayoría (85%) cayó después del 1 de mayo del 2003, irónicamente después de que el presidente Bush diese triunfalmente por terminadas las operaciones militares.

El mayor precio en sangre lo han pagado los californianos, con más de 100 integrantes de este batallón de fantasmas, que va desde los 18 años a los 59, con una media de 26, según el retrato robot del Times neoyorquino. Las militares han muerto en proporciones no vistas desde la segunda guerra mundial, aunque sólo suman 24. Los hispanos abundan. Esta minoría aporta 122 muertos.

Además, la guerra ha causado 7.000 heridos. Pero peor aún es la suerte de los miles de iraquís caídos, sin foto ni identidad en los medios de información estadounidenses, incluidos los 11.000 civiles.