Siempre vestido con ropa de combate y predispuesto a estar cerca de la línea de fuego, el general Mario Montoya (Buga, 1949) pasó 39 años en el Ejército. El éxito alcanzado con la operación Jaque, que en julio permitió a las fuerzas militares rescatar a Ingrid Betancourt y a otros 14 rehenes de las FARC, le otorgó una popularidad sin precedentes que aumentó tras las operaciones que facilitaron la huida del excongresista Oscar Tulio Lizcano. El instante de gloria hizo olvidar aspectos polémicos de una trayectoria que se creía en ascenso, como posible comandante de las Fuerzas Armadas de Colombia, y termina salpicada por la sangre y el escándalo.

Montoya siempre fue un duro. Asumió la jefatura del Ejército en el mes de febrero del 2006, como reemplazo del general Reinaldo Castellanos, quien tuvo que abandonar su cargo en medio de un escándalo por torturas a soldados. Seis años antes, Montoya se había convertido en el primer jefe del batallón Antinarcóticos del Ejército, una unidad de élite a la medida del plan Colombia de Estados Unidos.

Operaciones polémicas

En el 2003, estuvo a cargo de la operación Orión, que sacó a la guerrilla de la periferia de Medellín. Allí se convirtió en uno de los oficiales más cercanos al presidente Uribe. Esta operación fue duramente cuestionada por denuncias de excesos represivos. Las relaciones de Montoya con el ministro de Defensa Juan Manuel Santos comenzaron a resentirse después de conocerse que, durante la operación Jaque, el Ejército usó emblemas de la Cruz Roja.