En India ha sucedido un auténtico seísmo político que ni la prensa ni los sondeos vaticinaron. Contra todo pronóstico, el Partido del Congreso, principal fuerza de la oposición, ganó las elecciones legislativas. Dado como favorito hasta el último minuto, el primer ministro, Atal Behari Vajpayee, dimitió.

Dirigido por Sonia Gandhi, heredera de la dinastía que reinó en India durante cuatro décadas seguidas, el Congreso debería anunciar la formación de un nuevo Gobierno pronto, probablemente con el apoyo de los partidos comunistas, que registraron el mejor resultado de su historia.

Aunque le falte la luz verde del presidente, su regreso al poder estaba ayer hecho, ya que ningún partido podía agrupar una coalición suficiente para lograr la mayoría en el Parlamento. Anoche, Sonia Gandhi reaccionó a la victoria de su partido prometiendo un "Gobierno fuerte, estable y laico". En cambio, se negó a anunciar si optaría al puesto de primera ministra.

En el poder desde hace cinco años, la coalición dirigida por Bharataiya Janata Party (BJP, derecha nacionalista) de Vajpayee se encuentra todavía conmocionada por su derrota inesperada. Formada por una veintena de partidos, a la Alianza Democrática Nacional se la daba por vencedora en todos los sondeos. Seguro de su victoria, Vajpayee convocó estas elecciones con cinco meses de adelanto, con el fin de beneficiarse de la buena coyuntura económica del momento y de la distensión iniciada con Pakistán.

Nadie podía imaginar que el Congreso, en la oposición desde hacía ocho años, podía regresar al poder. Lastrada por el origen extranjero de su presidenta --de Italia-- y sumergida en una serie de derrotas en las últimas elecciones regionales, parecía estar en el fondo del pozo.

¿Cómo explicar este súbito cambio? En principio, por el cambio de discurso del BJP, que abandonó los temas religiosos para centrarse en las cuestiones económicas.