Ayer se celebró el segundo aniversario de la caída de Bagdad y, con ella, de la sangrienta dictadura de Sadam Husein en Irak. Las tropas de EEUU siguen allí, y también sigue allí esa amalgama de combatientes que unos llaman insurgencia --mayoritariamente suní-- y otros, terroristas extranjeros a las órdenes del hombre de Al Qaeda en Irak, Abú Musab Al Zarqaui.

También sigue allí la violencia, aunque la muerte, casi siempre iraquí e inocente, ha perdido parte de la capacidad de horrorizar al mundo.

Hace poco más un año, en marzo del 2004, este corresponsal entrevistó a Amar Abás en su casa de Kut. Abás era primo de nuestro traductor, Hasán al Saffar. Su historia, la de un soldado que desertó del Ejército iraquí para salvar su vida ante la imparable maquinaria de guerra estadounidense, se publicó el 19 de marzo del 2004.

Tras la normalidad

Como muchos iraquís por aquel entonces, con la grabadora en marcha Amar se declaraba antisadamista, pero comprendía los golpes contra EEUU de una resistencia que acaparaba sangrientos titulares. Con la grabadora apagada, con su hija de 6 años en el regazo y su segundo bebé llorando, Amar se mostraba confiado en que su familia e Irak podrían rehacer su vida.

Amar intentó empezar de nuevo con un viaje al pasado, recuperando el trabajo que tenía antes de que empezara la guerra: policía local de Kut. Necesitaba el dinero, argumentaba, tenía que alimentar a sus dos hijas, y, al fin y al cabo, le decía a su mujer, un policía local no es un colaboracionista del nuevo Gobierno. La función de un policía local es ayudar a sus vecinos. Hace unos días, Hasán escribió un correo electrónico desde Bagdad en el que explicaba que "un grupo de terroristas iraquís" asesinó a su primo en una emboscada en las afueras de la capital iraquí.

"En los últimos tiempos estaba asignado a la oficina de recaudación de impuestos de Kut", escribe Hasán. "En enero, sus jefes lo enviaron a Bagdad junto a otros policías para recoger unos coches del Ministerio de Finanzas y llevarlos a Kut. Les ordenaron viajar de civil y sin armas para no llamar la atención".

Ya sea porque sí llamaron la atención o porque algún infiltrado los delató --ésta es la versión que sostiene la familia--, los testigos cuentan que el 16 de enero, de regreso a Kut, unos 30 hombres los interceptaron en la carretera de Hai Alwehda, al sureste de Bagdad, una zona conocida por ser un bastión de la insurgencia. "Bloquearon sus coches y les dispararon en mitad de la carretera. Los mataron de muy mala manera, y evitaron que la gente llevara los cuerpos al hospital para mostrar qué le ocurre a los que trabajan para el Gobierno".

Como agentes españoles

"Es la misma táctica que utiliza la gente de Latifiya", aclara en su correo Hasán, recordando el asesinato y posterior mutilación en esa localidad de los siete agentes españoles del CNI. Horas después de la emboscada, al anochecer, un grupo de habitantes de la zona lograron llevar los cuerpos de Amar y sus compañeros a una mezquita, tras enfrentarse a tiros con "los terroristas". Después apareció la Guardia Nacional iraquí y, tras un cruento tiroteo, logró recuperar los cadáveres. "Mi primo tenía impactos de bala en el pecho, el hombro y la cabeza".

Hace un año, lo primero que hizo Amar Abás, cuando Hasán nos presentó, fue expresar sus condolencias por el entonces reciente atentado del 11-M en Madrid. "Esos no son buenos musulmanes. Son terroristas", dijo. Después, en un arranque contradictorio típico de Irak, argumentó con igual vehemencia que Sadam merecía ser depuesto y que él y el resto de desertores hubieran luchado contra los marines si hubieran tenido "algo más que un viejo kalashnikov de 1967".

No podía llevar pistola

"La mujer de mi primo está como loca. No hace más que repetir que sus jefes no le dejaron llevarse ni su pistola", escribe Hasán en un correo que interrumpió porque "van a cortar la electricidad de un momento a otro". Es esa misma pistola que Amar maneja en la foto. "Sus jefes temían que si le encontraban una pistola en alguno de los controles de los terroristas sospecharían que era policía y lo matarían", explica.

Así pues, Amar Abás deja viuda y dos huérfanas. El soldado que se pasó toda la guerra con ropas de civil bajo el uniforme para desertar cuando las cosas se pusieran realmente feas, acabó encontrando la muerte no a manos de los marines, sino de sus propios compatriotas. Su delito fue trabajar como policía local para alimentar a su familia. Más allá de la ideología, de si se está a favor o en contra de la guerra y de la ocupación estadounidense, de si se llama a sus asesinos insurgentes o terroristas, la de Amar Abás es, sin duda, la historia de una tragedia eminentemente iraquí.