Si hubiera un artilugio para medir la toxicidad del presidente de Estados Unidos, el barómetro volvería a estar en cotas máximas. Los altos mandos del Pentágono han condenado sin ambages la violencia racista de Charlottesville (Virginia). Varios empresarios han dimitido de sus cargos como asesores de la Administración en protesta por su posicionamiento. Y muy pocos en su partido se han atrevido a defender la equidistancia que ha expresado entre la amalgama de nazis y fascistas que marcharon con antorchas por la ciudad al grito de “los judíos no nos reemplazarán” y las contramanifestaciones que salieron a denunciar el racismo. Entre los conservadores hay miedo a que la desfachatez moral del presidente les pase factura en las legislativas del 2018. Pero Donald Trump no se arredra y la facción extremista en la Casa Blanca sigue conquistando espacios.

Fiel a su principio de que la mejor defensa es el ataque, Trump ha cargado contra la prensa por “distorsionar” supuestamente sus palabras y ha fustigado a algunos de los muchos republicanos que le han criticado por defender a los cientos de nazis, fans del Ku Klux Klan y antisemitas que desataron el caos en Charlottesville con el pretexto de oponerse a la retirada de una estatua ecuestre del general Robert Lee, el comandante de las fuerzas de la Confederación durante la guerra civil estadounidense. Una mujer de 32 años murió y otras 19 personas resultaron heridas al ser embestidas por el vehículo que conducía uno de los supremacistas blancos, en un ataque de corte terrorista.

A LA CARGA

La brecha en el seno de su partido es cada día mayor. Pero lejos de callar y dejar que pase la tormenta, como le han aconsejado su hija Ivanka y su yerno Jared Kushner, el presidente sigue avivando la polémica. Este jueves por la mañana ha vuelto a abrazar la cantinela de la extrema derecha, que ha hecho de la defensa de los símbolos de la Confederación, el grupo de estados que se separaron de la Unión para defender la esclavitud hace casi un siglo y medio, una de sus banderas. “Triste por ver cómo la historia y la cultura de nuestro gran país se hace añicos con la retirada de nuestras hermosas estatuas y monumentos”, ha escrito en las redes sociales.

Trump está cómodo en su papel de salvador de las esencias de Occidente, de azote del multiculturalismo y líder del populismo de corte racista que campa de nuevo por el mundo. No se entienden de otra manera sus constantes guiños a la extrema derecha, que bajo su presidencia ha salido de las catacumbas de internet para convertirse en una fuerza de choque en las calles, como sucedió hace casi un siglo, cuando 30.000 simpatizantes del Ku Kux Klan desfilaron por las calles de Washington.

La mano derecha de Trump en la Casa Blanca, Steven Bannon, ha dicho este jueves en una entrevista que cuanto más se enzarce la izquierda en las guerras culturales, como la de las estatuas de la Confederación, más fácil le resultará a Trump revalidar la presidencia en el 2020 con un mensaje de nacionalismo económico. Y es que por más que parte del país asista estupefacta a la deriva del trumpismo, las encuestas sugieren que las bases que le auparon a la presidencia no le han dado la espalda.

BASES RADICALIZADAS

Una encuesta de la CBS sostiene que el 67% de los republicanos aprueban su respuesta a los sucesos de Charlottesville, lo que dice mucho de la radicalización del partido que puso fin a la esclavitud durante la presidencia de Lincoln. “No he visto que su coalición se esté desintegrando”, ha dicho Morton Blackwell, uno de los miembros del Comité Nacional Republicano en Virginia.

Otra cosa es la repulsión que ha generado su actitud en diversos estamentos del poder, como los máximos responsables del Ejército, que han dicho que el racismo no tiene cabida en EEUU, o los consejeros delegados que nutrían sus dos consejos de asesores empresariales. Trump ha decidido desmantelarlos después de que varios de sus miembros dimitieran en protesta por la respuesta del presidente.