Xi Jinping persigue una China renovada con la economía basada en la innovación, un Ejército moderno, una extensa clase media y el liderazgo global. Ocurre que el presidente estima que esa China no llegará hasta el 2035 y su mandato termina en el 2022.

Abundan los rumores de que Xi pretende retorcer las estructuras establecidas para graparse al poder, pese a que la casuística ordena que los presidentes chinos disfruten de dos mandatos de cinco años y que los miembros del poderoso comité permanente del Politburó se jubilen a los 68 años.

«Xi busca su tercer mandato. La pregunta no es si el partido se lo permitirá, porque no es una fuerza unificada en estas cuestiones. La pregunta es si los rivales políticos serán capaces de vencerle tras las bambalinas. Y eso es difícil de aventurar», señala Perry Link, profesor de Estudios Asiáticos de la Universidad de Princeton.

El ambiente sugiere un tercer mandato y los que vengan después. Cai Qi, líder del partido en Pekín, calificó la regla de la jubilación forzosa de «puro folklore». La prensa oficial aclara reiteradamente que el delicado contexto nacional e internacional exige un liderazgo fuerte como el de Xi.

A los clanes rivales les arrastra la corriente. El grupo de Shanghái, bajo la influencia del nonagenario expresidente Jiang Zemin, ha sido convenientemente esquilmado por la campaña contra la corrupción. Y el de la Liga de la Juventud, liderado por Hu Jintao, ha sufrido reformas forzosas. Incluso si Xi no consigue su mandato extra, no le costará llenar el comité permanente de acólitos para reinar desde la sombra.

Xi es ya el líder con más poder de esta generación. Preside el país, el partido y el Ejército, y del último plenario salió con el título de núcleo o hexin, acuñado para definir a los líderes de autoridad incuestionable. Solo Mao Zedong y Deng Xiaoping, padres de la China moderna, lo disfrutaron antes.