En un país que hace menos de cinco años vio a 20 niños asesinados a tiros en una escuela y fue incapaz de unirse para lograr cambios en las leyes de control de armas quedaba poco lugar para la esperanza. Pero después de que el pasado domingo Las Vegas se sumara al atlas trágico de los tiroteos masivos en Estados Unidos, han vuelto a sonar con fuerza numerosas voces que reclaman menos oraciones y más acción política y legislativa.

Pocos lo han hecho con más emoción y contundencia que Jimmy Kimmel, el presentador televisivo y maestro de ceremonias de los últimos Oscar. Nacido en Las Vegas, Kimmel no pudo contener las lágrimas el lunes cuando dedicó el monólogo de apertura de su programa nocturno en la cadena ABC a la tragedia. Fueron casi 10 minutos en un lenguaje tan emocional como contundente. «Leo comentarios de la gente que dice que esto es terrible pero no hay nada que podamos hacer. Estoy en desacuerdo», dijo. «Hay muchas cosas que podemos hacer y no hacemos. Y es interesante, porque cuando alguien con una barba nos ataca pinchamos teléfonos, invocamos vetos de viaje, construimos muros. (...) Pero cuando un estadounidense compra una pistola y mata a otros estadounidenses no hay nada que podamos hacer. (...) Asumo que el argumento es que nuestros padres fundadores querían que tuvéramos AK-47s».

Un nuevo papel

El cómico como voz de la conciencia social no es nuevo en EEUU. Pero Kimmel está llevando ese rol a un nuevo nivel, sin miedo a hablar y a personalizar, como ha hecho recientemente usando el caso de la grave enfermedad congénita cardiaca de su hijo para defender la reforma sanitaria de Obama y acusando de «mentiroso» a un senador republicano que promovió el último fallido intento conservador de demolerla.

En el caso de las armas, Kimmel ha denunciado al presidente Trump, a los líderes conservadores en las dos cámaras y a «un número de legisladores que no harán nada porque la Asociación Nacional del Rifle tiene sus pelotas cogidas con un clip para billetes». Y ha puesto sobre la mesa algunas de sus flagrantes acciones, como la firma presidencial en febrero de una ley que permite a gente con problemas mentales comprar armas, el rechazo tras la matanza en Orlando a una propuesta que habría ampliado los controles del historial de potenciales compradores de armas o el intento de que se aprobara una norma que permitiría adquirirlas a quienes son tan sospechosos de terrorismo como para no poder volar. «Han mandado sus pensamientos y oraciones [por Las Vegas] y es bueno, deben hacerlo», denunciaba el lunes Kimmel. «Deben rezar para que Dios les perdone por dejar que el lobi de las armas dirija este país».

Otros, sin la ventaja de tener su propio programa para explayarse, han usado las redes sociales. Ahí ha estado Ariana Grande, pidiendo «amor, unidad paz y control de armas» después de que un terrorista suicida convirtiera su concierto en Manchester en otra masacre. Ahí ha estado Lady Gaga, recordando a Trump y a otros líderes republicanos que «quienes tienen el poder de legislar tienen las manos manchadas de sangre». Ahí ha estado Bette Midler, colgando el enlace a una pieza de The New York Times titulada 477 días. 522 tiroteos masivos. Ninguna acción del Congreso. Y ahí han estado también John Legend y Debra Messing remitiendo a un artículo de Vox sobre cómo la confiscación de 650.000 armas de fuego en Australia contribuyó a que cayeran un 57% los suicidios y un 42% los homicidios.

Más allá de los tuits

Y el activismo en favor del control va mucho más allá de los tuits, o de gestos como el de Gigi Hadid, que en su cuenta de Instagram, con casi 36 millones de seguidores, intercaló entre sus fotos un mensaje de Gloria Steinem sugiriendo que a cualquier hombre joven que pretenda comprar un arma se lo someta al mismo proceso que a las jóvenes que quieren abortar.

Pero pocos en Hollywood han contribuido más a la movilización que Julianne Moore, que tras la matanza en la escuela de Sandy Hook (2012) se unió a la organización Everytown for Gun Safety y promovió un consejo creativo al que se han sumado 140 actores, músicos, artistas, diseñadores y escritores. Entre otros muchos, George Clooney, Meryl Streep, Michael Stipe, Jennifer Aniston, Jeff Bridges, Kim Kardashian y Emma Stone.

En ese consejo está Roseanne Cash, la hija de Johny Cash. En un artículo publicado en The New York Times recordaba las amenazas de muerte que ella y otros músicos recibieron, solo seis días antes de la masacre de Las Vegas, en un tour que pretendía concienciar sobre la necesidad de acabar con la violencia de armas de fuego.

La masacre de Las Vegas, no obstante, ha abierto los ojos a algunos de los artistas del género. Caleeb Keeter, guitarrista en la Josh Abbott Band, que tocó en el festival, tuiteó el lunes «he sido un defensor de la segunda enmienda. Hasta lo que pasó este domingo. No puedo expresar lo equivocado que estaba», y recordó que las armas legales que tenía su banda se demostraron «inútiles» el domingo. La esperanza, y la voz, no se han perdido.