-¿Dónde nació Pepita?

-Nací en Cáceres el 20 de abril de 1924, festividad de la Resurrección del Señor.

-¿A qué se dedicaban sus padres?

-Mi padre, José, era funcionario del Ayuntamiento de Cáceres, Mi madre, María, trabajaba en casa. Tengo dos hermanos, María Antonia y Francisco Antonio.

-¿Dónde vivían?

-Siempre hemos vivido en la plaza Mayor, en la parte de abajo, frente a la Torre de Bujaco.

-¿Y puede recordar a sus vecinos?

-Uy, creo que recordaré a alguno. Nosotros vivíamos al lado de un comercio que se llamaba La Columna, la tienda la tenían en el piso de abajo y arriba estaba el domicilio de la madre y de los hijos. Estaba también Serradell. Por la parte de la calle Andrada daban los balcones a nuestras ventanas y hablábamos todos los vecinos. Allí vivió el que luego fue mi marido, Ángel Marchena, en la misma casa que Serradell, en el piso de arriba, porque en la planta de abajo tenía su padre, o sea mi suegro, un comercio de tejidos. Entonces, como no había coches, jugábamos en la plaza. Allí corríamos, jugábamos a perros y a liebres, a los bolindres... y lo pasábamos muy bien.

-¿Qué más tiendas había por la plaza Mayor, recuerda?

-Si. Voy a empezar por la barbería que había en una esquina, en la casa de Pérez Córdoba. En ese piso bajo estaba la farmacia de Pablo Floriano, y en el otro portal, la de Bravo. Luego estaba la pescadería de Salgado y hubo también una espartería. Estaba la famosa panadería de Claudio, al lado de la Torre de Bujaco, junto a la fuente que había al lado de las escaleras. A continuación estaba la farmacia de don Alonso Escribano. Pasando de ahí, hacia atrás, te encontrabas con la churrería de la señora María, a la que íbamos por la mañana tempranito a comprar los churros antes de irnos al colegio. También había una taberna. Luego subías hacia el ayuntamiento y estaba el comercio de Casares, que era de ultramarinos. Pasando el ayuntamiento, en la parte que baja de la Gran Vía, a la izquierda, había una zona a la que todos llamaban El Portal del Pan, porque mi abuelo José tenía la panaderia allí. Muy cerca estaba la compañía Telefónica, con sus telefonistas con aquellas clavijas que activaban para que se pudiera hablar por teléfono. Me acuerdo hasta de una de las telefonistas, una señora bajita y regordeta que era la que se ocupa de todo. Pasando el portal estaba la farmacia de Modesto Jabato y pegando con ella estaba el vaciador, donde vendían navajas. Y luego, el Círculo de Artesanos, en cuyas puertas ponían mesas y sillas en verano a modo de velador. También estaba el estanco de Durán y luego el comercio de Terio, un comercio muy concurrido porque estaba en muy buen sitio y porque los dependientes eran muy simpáticos. Era un comercio grande que tenía al lado la sombrerería, porque en aquella época los señores gastaban sombreros, y algunas señoras también. Más abajo de Terio estaba un comercio que era de Tomás Pérez, era un comercio de tejidos muy grande. Y a continuación, las máquinas Singer. Luego ya pasando el portal de abajo conocí el Hotel Europa, que abajo acudía la gente a tomar café por la tarde y había música. Y el Bar de Jacinto, un bar pequeñito donde se reunían muchos ajedrecistas que se sentaban en el portal a jugar las partidas. Luego estaba la farmacia de Castel, que tenía en un lado farmacia y en el otro, droguería. Y más antiguo todavía, cuando yo tendría 7 u 8 años, estaba la imprenta de García Floriano, que estaba casado con Joaquina Bravo, que era prima hermana de mi madre, de modo que cuando cerraban la imprenta mis primos y yo nos quedábamos jugando allí y cogíamos cuentecitos pequeños para leerlos en casa. Al lado estaba la imprenta de don Castor Moreno, La Minerva, y más abajo, estaba una dulcería pequeñita a cuya dueña llamaban la Cesárea, una señora con muchos colores y un poco llamativa. La planta baja de la casa donde vivíamos la teníamos alquilada a la zapatería de Andrés Modamio que se llamaba Las Tres B: Bueno, Bonito y Barato. Luego ya más tarde ellos la dejaron y la tuvo Máximo Solano de librería, y después pusieron la zapatería de Pedro Cabrera. Cuando me casé, mi casa era muy grande, tenía tres pisos, una hermana de mi madre estaba imposibilitada y entonces decidimos venirnos a vivir por Cánovas, a un piso que tuviera ascensor. Y con una pena grandísima vendimos la casa, porque allí había nacido mi abuela, mi madre, sus 10 hermanos y mis hermanos y yo. Y así cerré la plaza.

-¿A qué colegio fue?

Fui al Sagrado Corazón, que estaba en la calle de Peñas, por bajo de la Audiencia. Aparentemente era una casa corriente, pero dentro tenía tanto fondo que se comunicaba con las Canterías, que hasta tenía un teatro muy bonito, con platea y todo. Al colegio le llamaban La Gota de Leche porque las monjas recogían a los niños cuyas madres trabajaban, de manera que hacía las veces de guardería. A los 10 años me empecé a preparar para hacer el ingreso de bachiller en el Instituto El Brocense, que era el único instituto que entonces había en Cáceres y que estaba en San Jorge.

-¿Y qué profesores había?

-Don Arsenio Gállego, don Gonzalo Tristancho, don Arturo García, don Agustín Bravo que era sacerdote, don Felipe Trejo, don Juan Caldera, don Gustavo Hurtado, don Martín Duque o don Eugenio Frutos. Después estudié Magisterio. En mis tiempos ya empezaba a ser algo más habitual que las mujeres estudiáramos. De hecho, mi curso fue el más numeroso. Entre las profesoras estaban doña Mercedes Cantero, doña Luz Durán o doña Marina López. Recuerdo a compañeras como Carmen Gil de Larrazábal, Blanca Sánchez López, Juana Boaciña, Carmen Martín de Eugenio, Francisca Domínguez Murillo o Jacinta Hurtado Mena (que se ha muerto hace pocos días y lo he sentido muchísimo y éramos de las pocas amigas y compañeras que quedábamos con vida).

-¿Qué pasó cuando terminó la carrera?

-Empecé a preparar las oposiciones, pero en aquella época murió mi padre, y mi madre empezó a desanimarme porque decía que si aprobaba las oposiciones tendría que marcharme a un pueblo y ellas me necesitaban aquí por mi tía. Con tan buena suerte que al poco se convocan oposiciones libres en el ayuntamiento. Se convocaron en abril y las oposiciones fueron en octubre. Eran cuatro plazas, dos para interinos y dos para los de fuera. Saqué el número 2 y me quedé en Cáceres.

-¿Qué hacía en el ayuntamiento?

-Cuando entré me llevaron a Depositaría. Estaba de alcalde don Luis Ordóñez y al poco tiempo entró don Casto Gómez Clemente. En Depositaría mi jefe era don Ramón Muro. Allí estuve poco tiempo, luego me pasaron a Estadística. Mi jefa inmediata era Aurelia Sánchez, la persona más buena y más trabajadora que he visto. Todas la llamaban Aurelina y era hija del pintor Conrado Sánchez Varona. Estuve con ella muchos años, pero en el Negociado de Quintas había dos militares que estaban ocupando puestos civiles. Se murió uno y el otro lo dejó, y entonces me nombraron encargada de ese departamento.

-¿De qué se ocupaba el Negociado de Quintas?

-Se ocupaba de organizar todo lo relacionado con la quinta, con los jóvenes que debían partir al servicio militar: buscarlos para ver su fecha de nacimiento, llamarlos para que fueran a firmar que entraban en quinta, tallarlos o acudir a las revisiones médicas, que entonces lo pasaba muy mal porque estábamos cinco hombres y yo sola de mujer. Los que querían alegar, tenían que pasar por el tribunal y si tenían que bajarse los pantalones la verdad que lo pasaba mal, no por mí, sino porque vieran allí a una mujer, pero ellos eran más frescos que nosotras y nunca hubo problemas. La verdad es que al principio me sentó mal que me destinaran al Negociado de Quintas, pero un día fui a la Caja de Reclutas que estaba en el Infanta Isabel, que ahora han edificado allí muchísimos bloques, y llegué diciendo que iba como encargada del Negociado de Quintas del ayuntamiento y que no sabía nada de quintas. Me dijeron que no me preocupara. Así que yo cada mañana cogía mi cochecito, me iba por la mañana, trabajaba con ellos, fueron amabilísimos y no tengo más que agradecimiento a todos los que me atendieron, especialmente al capitán Villarino. Así que cuando vi que no había mandado a nadie a ningún otro sitio que no le correspondía, se me quitó el miedo, me fui convenciendo de que podía hacerlo, así continué y allí me jubilé.

-¿Así que usted tenía carnet?

-Sí. Fui de las primeras cacereñas en tenerlo. Estábamos cuatro mujeres, Mari Carmen, María Luisa, una de las Díaz y yo. Íbamos a la autoescuela que estaba por Cánovas y nuestro profesor se llamaba Luciano, que le hacíamos pasar muchos berrinches. Y eso que las mujeres somos más disciplinadas. Pero nos reíamos mucho y me acuerdo muchas veces de Luciano porque me decía: «Pepi, que pisas mucho el embrague, ve soltando el pie, mira que los arreglos del embrague te cuestan mucho dinero». Y le he dedicado más de dos veces un recuerdo a Luciano cuando he ido al taller a reparar el embrague.

-Y por qué se sacó el carnet?

-Me saqué el carnet porque ya empezaba la fiebre de los coches. Mi hermana tenía un 600 y mi hermano, un Renault Dauphine. Nos íbamos con ellos los domingos al campo, pero como uno tenía cinco hijos y otro seis prácticamente no cabíamos en el coche. Entonces mi marido empezó a ir a la autoescuela, estuvo yendo unos días, pero llegó una noche y dijo: «Ya no vuelvo porque se ha matado esta tarde en el coche mi amigo Manolo Ríos y si él que tenía bien las dos piernas se ha matado, yo que tengo mal una, me da miedo». Le dije: «Mira, con miedo no, pero déjame que vaya yo». Al principio no quería, pero finalmente me convertí en su taxista particular. Y con todo el tiempo que he estado conduciendo no he tenido más que dos coches, el primero, un Seat 850 Especial 5 puertas de color blanco. Luego tuve un Ford Fiesta gris metalizado. Y con ese he acabado.

-¿Cómo fue su noviazgo con Ángel?

-Uy, fue muy especial porque nos conocíamos desde chicos, trabajábamos juntos en la oficina. Nos casamos mayores, el noviazgo fue de seis meses, lo que tardamos en preparar las cosas. Nos casamos en San Mateo y fuimos de viaje por Andalucía; estuvimos en Sevilla, en Granada, en Córdoba y en Málaga. No tuvimos hijos, pero muchos sobrinos.

-De modo que usted se casó, pero fue una mujer que trabajaba en el ayuntamiento, que tenía carnet de conducir... así que ha sido una mujer independiente...

-Sí. Tengo 93 años, trabajaba fuera de casa y tenía carnet de conducir, así que fui una mujer independiente y decidida. Y animo a las mujeres a que sean así. He trabajado mucho también en Acción Católica y en la parroquia, desde chica, era un quehacer por obligación y también por devoción, por ayudar a la Iglesia, a los pobres, visitar a los enfermos, y sigo siendo voluntaria de San Vicente de Paúl.

-Y además usted es devota de la Virgen de la Montaña...

-La devoción por la Virgen la hemos tenido desde pequeños en mi casa. He estado siempre con mis primos, los Floriano, hijos de mi tía Joaquina, que tenían una viña grandísima, donde hoy día está el depósito del agua. Y cada vez que se subían ellos, me iba yo. Eran 10 hermanos pero allí estaba yo también. Por la tarde subíamos a ver a la Virgen. El portal entonces no estaba cubierto. Allí se formaban las tertulias de la nunca olvidable ermitaña señora Tomasa. La actriz Ana Mariscal también iba a la tertulia, porque durante una temporada estuvo aquí en la viña de su suegro cuando iba a nacer su hijo. Me sé la Montaña de cabo a rabo. Ya casados hemos tenido dos viñas alquiladas, en una hemos estado 12 años y en otra, 23, en el mismo Calvario. Cuando murió Ángel la tuve que dejar porque yo sola ¿qué iba a hacer con la viña? Dejar el coche y dejar la viña me ha dado mucha pena.

-Fue camarera de ornato...

-Iba mucho a todas las misas y a todos los actos de la Virgen de la Montaña y me conocía a todos los hermanos, entre ellos a Miguel Casero, el mayordomo. Casero me llamó un día y me dijo que fuera a su despacho que quería hablar conmigo. Faltaban pocos días para el novenario y me dijo: «Tú tienes que ser camarera de ornato de la Virgen y tú te las arreglas». Así que formé un equipo porque no me gustan las capillitas. Busqué entre mis amigas: las dos hermanas Candela (Juani y María), Teresa Gago, Isabel Fernández, Patri Domínguez, Loli Turégano, no quisiera olvidarme de ninguna y si me olvido que me perdonen. Nos ayudaba un chico que iba todas las noches y se ponía delante. Y yo me preguntaba: «¿Pero este niño, qué hace aquí?». Lo llamé y hasta que dejé el cargo estuvo Lorenzo conmigo, para mí es como si fuera de mi familia. Tomé posesión en 1983 y estuve hasta 2007, cuando Ángel murió, que lo tuve que dejar porque las piernas no me acompañaban, lo dejé con gran pena de mi corazón, porque ni título de Magisterio ni nada, el título más grande para mí ha sido el de ser camarera de ornato de la Virgen de la Montaña, que siempre nos ayudó.

-¿Que es envejecer?

-Nacemos para morir y sé que tengo que morime. Y no me importa ser vieja. Sigo con mi buen humor y lo que puedo hacer, lo hago y lo que no, lo veo hacer.