Toyoba tiene 16 años y siete hermanos. La segunda cifra ha pesado más que la primera para determinar su futuro. Pese a que es menor de edad, sus padres han decidido casarla porque no pueden alimentar a todos sus hijos. Malviven hacinados en condiciones deplorables en el campo de refugiados de Kutupalong, en Bangladés.

Anwara, como madre, justifica que no la han arreglado con cualquiera. «Las raciones de comida son insuficientes, pero la casamos con un buen chico y ella se irá a vivir a la tienda de la familia de su marido, no muy lejos de aquí». Toyoba no esconde que detesta la idea de dejar a su familia. «Los echaré de menos, a mi futuro marido no lo conozco, aún no he hablado con él».

Los matrimonios de menores no son ninguna novedad entre los rohinyás, que por tradición han casado a las niñas desde muy pequeñas. Sin embargo, los casos se han multiplicado de forma exponencial desde la última expulsión de más de 700.000 personas de esta comunidad de Birmania el pasado septiembre. Según la Organización Mundial de Inmigración (OMI), una de las causas es que el racionamiento de alimentos mensual que reciben no les alcanza para saciar el hambre de todos los miembros de estas familias numerosas.

Casar a las hijas y librarse de una boca que alimentar no sale gratis. Los padres de Dil Ankis, de 17 años, están esperando reunir los 50.000 BDT (casi 500 euros) de la dote. Su padre, Sayedul Amin, explica que tiene un solo varón y siete niñas. Dil Ankis es la segunda, y «hay dos más en edad de casarse». Tienen 14 y 15 años.

La OMI ha documentado matrimonios de esta minoría musulmana en los que las novias no superaban los 11 años, y confirmó que muchos progenitores alegaban que lo hacían forzados para disponer de más comida para el resto de la familia.

Las bodas de menores también son una de las formas que encuentran las familias para garantizar su seguridad. Es una alternativa al riesgo de que acaben atrapadas en las redes de tráfico que actúan en los campos. Según confirmó una investigación de la BBC el pasado mes de marzo, las principales víctimas son mujeres adolescentes y niños, que son tentados de salir de los campos con la promesa de una vida mejor y, en cambio, acaban siendo víctimas de la prostitución y de trabajos forzados. La oenegé Help ha cifrado en cerca de 2.500 las mujeres y niños que han desaparecido en los campos desde septiembre, según sospecha, víctimas de mafias.

Quizá por esa escasez de alimentos, las bodas en los campos de refugiados son, básicamente, un festín de comida. Este periódico fue invitado a la boda de Nur Fatema, una niña de 15 años en el mismo campo de Kutupalong, uno de los más poblados.

La casa de la novia

Ha llegado su día, hoy es la boda, pero no parece que vaya a ser el día más feliz para Nur Fatema. La muchacha se sienta en un rincón del que va a ser por última vez su hogar: la tienda de sus padres.

Cabizbaja y con la mirada perdida, no puede disimular el disgusto. Es jovencísima. Unos pendientes dorados le cuelgan de las orejas y la nariz y reposa las manos adornadas con henna sobre las rodillas. Aunque los adultos aseguran que tiene entre 17 y 19 años, ella corrige que no ha cumplido más de 15.

Su padre, Abdur Rahman, cuenta que hace dos meses que arreglan el matrimonio con el hijo de otra familia conocida del pueblo donde vivían en Birmania. Explica que les urge más por necesidad que por gusto. «Nos dan 30 kilos de comida dos veces al mes (arroz, aceite, lentejas…), pero somos siete en casa y no nos llega para todos.