Desde que estoy en casa con la pata quebrada y esperando que quiten las grapas, mi estilismo pasa por sudadera y zapatillas, un «casual» arreglado pero informal, apropiado para quien no va a salir a la calle. Pasados ya los sesenta hay que tener cuidado con la pinta que uno lleva, pues los atuendos juveniles tienen un pase pero a esta edad la facha define. Siempre me ha resultado chocante la gente de mi edad que viste como si tuviera cuarenta años menos, con esos vaqueros raídos impropios del pudor que los años conllevan, y eso que en la Asamblea regional me acostumbré a los look campechanos, una indumentaria con la que seguro no te dejan entrar en alguna caseta de la feria de Sevilla. Uno de mis hijos elegía el otro día corbata para el traje y cuando le pregunté dónde iba me dijo: «¡A la feria!», lo que dice mucho, en general, del nivel de las gentes que van a ese sarao.

Vestidos como para las grandes ocasiones. Hay sitios, lugares, donde tienes que asumir la etiqueta y actuar en consecuencia. Ir bien vestido además de elegancia comporta buen gusto, similar educación e intentar hacer la vida agradable a los demás. Dime como vistes y te diré quién eres. Vi a Mark Zuckerberg testificando por el caso Facebook. El millonario cambió su habitual desaliño indumentario, modelo Silicon Valley, de camiseta, vaqueros (allí tejanos) y zapatillas por un uniforme serio, camisa blanca, traje azul marino y corbata a juego. A la corbata quería yo llegar. Perfectamente elegida en largo, ancho y color. El Zuckerberg iba como tenía que ir, por la cuenta que le tenía pues zarrapastroso no inspiraría la condolencia que necesitaba (de hecho al traje le calificaron como de pedir perdón); iba como debe ir un adulto respetuoso a un lugar serio, lejos de capuchas y patochadas. Eso es algo más que elegancia en el vestir, es (dice Domingo) querer arreglo. Y para arreglarse hay que ir bien vestido.