Te recuerdo Maxi Román con otros veranos afanándote junto a tu cuadrillla en fichas, mutualidades, entrenamientos (polvo, sudor y linimento), patrocinadores, equipos y entrenadores, tomándotelo en serio, sin pensar que hacías un trámite (porque si conviertes la vida en un trámite al final acaba siéndolo); te recuerdo Maxi Román con tus altas y tus bajas, jugando los partidos de la vida como siempre jugabas, metiendo la pierna y a veces, como todos, metiendo la pata pero siempre de frente y con nobleza, con la pachorra que te caracteriza, cantando al personal «Cómo vas a saber lo que es la vida si jamás jugaste al fútbol».

Ahora Maxi Román que estás comprobando que tenía razón Shankly cuando decía que el fútbol no es solo una cuestión de vida o muerte, es más importante que todo eso; ahora quizá Maxi mires hacia atrás (no te pases) y compruebes cómo conseguisteis que 400 chavales por temporada vivieran la pasión del fútbol, un balompié de cercanías, aprendiendo que aquello no era patada a seguir sino a balón a jugar (la pelota no se cansa nunca, decía la Saeta), intentando tener contentos a los suplentes (los titulares ya lo estaban), sabiendo que por mucho que veamos fútbol siempre será impredecible, que la motivación pesa más que todo, que si a un chaval le animas, vuela.

Ahora que intentas reemplazar al fútbol (ya te digo que es irremplazable) te recuerdo que llegaste hasta aquí sin querer, por la ayuda de la amistad, esa que te obligó a coger el testigo de Manolo Molina, por afición y por vuestros hijos; ahora quiero que recuerdes ese espíritu de equipo, esfuerzo y sacrificio (la vida misma) que se juntaron providencialmente con ilusión, ganas y presidente. La clave estaba en Maxi Román. Siempre ahí. Sí, el futbol en la ciudad seguirá, pero esta Legión añorará a un Romano, no será igual de bonito. Ayer, juro que no lo soñé, vi tu sonrisa flotando en el Hornito.