Que nadie nos quite la ilusión de las noches de Festival". Así finalizaba este Capitel el pasado 5 de julio deseando, como así está siendo, que la magia de la escena milenaria del Teatro Romano, volviera a envolvernos como cada canícula. Pero "Ay de mí", que decía Pedro Mari Sánchez en La asamblea de las mujeres , que vuelve a producirse ese efecto de que aquello que genera las grandes expectativas, aquello en lo que se echa al resto, se queda a medio camino entre las pretensiones y el resultado final ofrecido.

Y se había echado el resto, y esperábamos La asamblea de las Mujeres como agua de mayo martilleándonos en el recuerdo el buen sabor de boca de Los gemelos o El Eunuco . Y fíjense que casi lo consiguen, al menos en la primera hora de la representación. Y no es cuestión de caer en la crítica fácil hacia el vocabulario empleado, a fin de cuentas, eso son cosas de Aristófanes. Porque el buscar la risa fácil es bueno en muchas ocasiones cuando eres capaz de mantener esas risas hasta el final de la representación.

Pero cuando en una comedia, debido a lo largo de sus escenas y a otra que sobra, te entra el tedio; cuando deseas por momentos un desenlace que no llega, te das cuenta de que algo falla. Y no son precisamente los actores, excepcionales Lolita, Galiana, Sánchez, Pazos y Concha Delgado. Ni tampoco la puesta en escena lo que no funciona. Es el tiempo el que hace que el espectador se desconecte de la representación a la que, de buen grado, le sobran tres cuartos de hora.

Así las cosas, las expectativas vuelven a convertirse en arma de doble filo que, si bien augura llenos absolutos para el espectáculo, éstos vienen refrendados, fundamentalmente, por el elenco actoral. Mientras tanto, esperamos los coletazos de un Festival que, eso sí, ha dejado grandes noches y del que, al menos los que nos dedicamos a esto, aprendemos que no hay que hacerse falsas esperanzas pues cada espectáculo es un mundo. Esperábamos el gran montaje de la temporada y, eso sí, al menos nos han quedado las ruinas.