You’re an accident waiting to happen/You’re a piece of glass left there on the beach». Eso cantaban los irlandeses U2 en aquellos «primeros» noventa (que aún sabían a ochenta) del siglo pasado. Un accidente esperando a ocurrir, un trozo de cristal dejado --amenazante-- entre las arenas de un playa. Un peligro seguro… si se produce.

No sé decirles la razón, pero esas exactas letras son las que acudieron a mí cuando contemplé en una tele silente la imagen de un Pedro Sánchez triunfante en Ferraz, enfundado en una sonrisa de ganador. Como un aviso, un acto reflejo involuntario, una especie de alerta.

Empecemos por los reconocimientos, que debe haberlos. Más de uno dentro y fuera del partido ha (hemos) subestimado la figura del «renacido». Si en otros saludamos la testarudez que ha demostrado Sánchez como un rasgo de la perseverancia de quien está seguro de lo que hace, no veo por qué no concederlo en este caso.

Además, desde el principio de esta vuelta tuvo clara cuál era su estrategia. O mejor dicho: quién era el eje de su campaña. La militancia. Él, aupado hace no demasiado por el aparato que ahora denosta (el olvido en el tiempo de los espejos negros es extremadamente urgente), jugó su reelección a un compromiso con sus militantes. Ese aspecto lo ha combinado con el reiterado leitmotiv de su campaña: la sencillez de los mensajes. No podía haber mayor economía: síes y noes.

Sánchez ha captado mejor que nadie el signo de los tiempos, entendido que la interacción está muy por encima de mensajes y huido voluntariamente de aquellos mecanismos que configuraron su primer «reinado». Su vuelta al mundo (España) a lomos de un Rocinante tipo utilitario rojo, haciendo kilómetros, le ha conectado emocionalmente con (gran parte) de su militancia.

Pero eso no le libera ni de tener que afrontar las primeras curvas, las que encontrará en su carrera al poder. Y la más temprana es la mano tendida del líder de Podemos, Iglesias. Cierto es que dudo (esta vez) que caiga en la trampa de un cada vez más transparente Iglesias. Sospecho que guarda a buen recaudo el recuerdo de su «no investidura». Por supuesto, fijará posiciones con Podemos, harán visuales profesiones de afecto ideológico. Pero no le hará caso, puesto que su giro ha sido el de una «verdadera» izquierda que conecta con los postulados de Podemos, pero ni quiere ser ni votar a Iglesias. Un Iglesias que sabe que toca techo y que necesita un trozo de tarta electoral, ávido en su necesidad de seguir creciendo. Y que busca una operación a imagen y semejanza de la fagocitación de la ninguneada Izquierda Unida del arrinconado Garzón.

Eso sí, le tentará la seducción. Salvo que recuerde que su militancia son 74.000 votos. Y que no olvide que los barones a los que «ajusticiar» han sumado más de 5 millones de votos para su partido. Lo dicho: curva cerrada.

Tampoco está exento de riesgos el plano económico, que se presenta como factor clave en una futura gobernabilidad. Pero a tenor de lo expresado, Pedro sigue preso de su narrativa, de una búsqueda del Santo Grial que le dé hegemonía en la izquierda. Pero si confía en que le lleve a Moncloa, su clavo es una política económica incongruente e irrealizable. Y además, hipócrita.

Incongruente, porque hablar de modernidad pretendiendo un programa aumento del gasto público que parece (muchísimo) al Plan E de ZP es un «deja vú» de funesto recuerdo. O peor: copiando el milagro portugués. Que se ha basado en una escandalosa subida de impuestos.

Y por eso es irrealizable. Se basa en el truco fácil del político impreciso: más dinero público para arreglar todo. Se basa en que recaudaremos 700 mil millones más. Ni saqueando bolsillos lo va a conseguir. E hipócrita. Porque su crítica al capitalismo (que hay que embridar, según él) se basa en un sistema de gasto público, que será el complemento de esos impuestos.

Y eso hay que financiarlo. ¿Cómo? Por el camino de la deuda. Ese es el camino mágico de la nueva izquierda, ya que la deuda la emite el Estado, un instrumento cuasi político. Y así, emitimos y redistribuimos. Vale, aun «comprando» eso, lo que realmente necesitas es que te compren esa deuda. Que te financien. O sea: acudir a esos mercados demonizados y censurados y a los que sueltas tu plan de lanzarte a gastar más, mucho más. Con su dinero.

Un accidente. Que no pase (de ahí).