Lo que subyace de ese denominado acoso laboral, y sexual, según circunstancia, es la revelación de una sociedad que utiliza la coacción para determinar la voluntad de, especialmente, las mujeres. Porque esto tipo de acoso, desgraciadamente, se residencia, principalmente en la mujer. Las revelaciones mediáticas del mundo del cine ponen el foco en un tema que es silente en muchos casos, y en muchos ámbitos laborales. Y es ahí cuando saltan las alarmas, y cuando ese silencio se vuelve atronador y se despabilan todos aquellos resortes que debieran servir de resorte franquicia contra todo tipo de coacción, bajo la comisión de un hecho delictivo, que es la agresión sexual.

Resulta chocante que todo lo mediático venga a provocar la contextualización de una certidumbre sobre hechos múltiples, que la sociedad ha de rechazar por lo reprobable que resultan. La legislación en el ámbito laboral, y el apoyo de leyes orgánicas sobre derechos humanos y dignidad establecen mecanismos para luchar contra la lacra del acoso sexual que sufren muchas mujeres. Y que, desgraciadamente, no siempre denuncian, una no denuncia que viene motivada por el miedo y la desconfianza al estigma que pudiera suponer; y porque tras ello pueden esconderse personas y personajes intachables que en la soledad de sus vidas más íntimas pueden ser verdaderos acosadores, maltratadores y delincuentes en definitiva.

La dignidad del individuo, sus derechos han de ser refractores de estos comportamientos, y deben ser denunciados, siempre y en todo caso. No es tolerable actitudes que denigren y maltraten la dignidad e integridad, en la mayoría de los casos, de las mujeres por ningún tipo de razón, si siquiera argumentación en patología alguna. Es una conducta reprobable social, personal y penalmente.

La visualización de estos hechos, por causa de unos personajes que tienen capacidad de trascender más allá de la realidad de sus vidas, debiera servir para establecer un mecanismo de responsabilidad de toda la sociedad hacia todos aquellos y aquellas que puedan situarse en el acoso como estrategia de comportamiento para amedrantar y humillar a otro ser humano; generalmente, mujer.

A veces, en determinados ámbitos laborales este tipo de conductas juegan un papel de propagación que no se entiende porque no se puede tolerar. Pero que debiera de ir seguido de códigos estructurados en cada ámbito laboral o social; más allá de lo que las propias leyes de cada país contemplan. Acosar, agredir o violar a otra persona son delitos, y merecen ser denunciados y castigados. No hay otro camino para decir stop a estos secuenciales comportamientos, que deben ser rehuidos de cualquier sociedad. Además, y también, si los mismos pudieran ser llevados a cabo bajo el ejercicio de esa prevalencia que da un estatus determinado. Lo que haría incrementar aún más el reproche y desde luego la pena. No se sabe nunca bien si estos comportamientos tienen su epicentro en conductas machistas, en mentes atrofiadas o en mentalidades de superioridad. Pero lo que poco o nada podemos dudar de que han de ser combatidos, y desde todo los frentes. No caben frivolidades, ni bromas pesadas sobre como a una mujer le hacen sentir maltratada personal y violentamente.

La conducta delincuencial de estas personas no merece duda, respecto a la denuncia, sino el mayor de los reproches y de las consecuencias para quien las lleva a cabo, y se jacta, en ocasiones, de inventariarlas. Digamos stop a todo tipo de acoso que encierra, además de un comportamiento de violencia, el mayor de los desprecio hacia la dignidad de las mujeres. Hecho este que no podemos tolerar y que debería ser mirado y reflexionado por una sociedad que, en demasía, mira hacia la habitación de al lado, porque entiende que esto es más privado que consecuencia de una conducta verdaderamente delictiva. Y más, cuando detrás de ello subyace una situación de dominio y de superioridad en un eje de influencia social y laboral.