THtoy, como bien diría mi buen hermano Javier Ortiz , he decidido ponerme "bizcochón" y hablarles de afectos. Tan dados en verano a exaltar lo mejor que llevamos dentro, ya sean vicios, placeres u obsesiones, resulta a veces sorprendente advertir lo necesitados que estamos de que otros nos presten atención y cariño. No se trata de atender a nuestro ego sino de algo aún más profundo: la importancia de sentir que los otros existen y que somos parte de sus vidas. Entiendan esta reflexión como una necesidad de expresar en voz alta que estamos hechos de carne y hueso y que, por mucho que queramos hacernos los duros, al final sucumbimos a un buen abrazo y a una carantoña a tiempo. Siempre me ha parecido sintomático de que algo en la vida no va bien cuando tienes un déficit de cariño y que son bienaventurados quienes puedan contar con un superávit. Tengo hijos y sobrinos pequeños. Me fijo mucho en ellos ahora que están creciendo y descubro con humildad lo mucho bueno que irradian para nosotros, los mayores, tan huérfanos de sus afectos cuando no les tenemos cerca. Les aseguro que les hablo con la humildad de quien se sabe víctima de lo que les cuento, aunque reconozco que, en verdad, a veces debemos más de lo que nos dan. Quizá los mejores recuerdos sean esos, los afectos que guardamos de nuestros primeros campamentos, los de la primera arena que pisamos y ya no recordamos o, sencillamente, el primer beso que nos dieron.

En estos días de luz, mientras el otoño sigue de vacaciones y los inviernos son una quimera, guardo imágenes de los afectos que veo en las playas, las calles y las plazas y, sospecho, ojalá que siempre, que los veranos tienen tanto de positivo como el mejor plato servido a la carta o la cerveza más fría. Solo así comprendo que soy vulnerable y que, una vez más, mañana me despertaré con ganas de que me quieran. ¿Usted no?