WLw a muerte de la primera soldado española en Afganistán durante un ataque de la insurgencia ha puesto de relieve el peligro que acecha a los integrantes de la fuerza de estabilización (ISAF), bajo responsabilidad de la OTAN. Con recordar que las bajas registradas por el contingente internacional fueron cerca de 1.000 en el 2005 y superaron las 4.000 el año pasado, queda suficientemente subrayado el aumento del riesgo en Afganistán.

A diferencia de las fuerzas enviadas a Irak, a espaldas de la legalidad internacional, la misión española en Afganistán --690 militares-- obedece a un mandato de las Naciones Unidas, lo cual la legitima sin sombra alguna, pero en ningún caso garantiza su eficacia. Ni siquiera la filosofía general que la inspira --"la misión de Afganistán es para ganar la paz, no para hacer la guerra", en frase de José Antonio Alonso, ministro de Defensa-- otorga a los soldados un plus de seguridad. Los 19 españoles que han dejado su vida en el pedregal afgano son prueba elocuente de que estas son las peligrosas reglas del juego.

Estados Unidos, que aporta 14.000 de los 36.000 soldados de la ISAF, sostiene que solo aumentando las tropas y planificando operaciones militares de ataque contra los talibanes es posible cambiar la situación. Con esta idea acudió el secretario Robert Gates a la reunión ministerial de la OTAN celebrada en Sevilla el día 8, pero allí fueron mayoría los países, incluida España, que se negaron a aumentar su aportación.

Es lógica esa reacción porque los europeos se oponen a mantener sine die un protectorado en Asia. Por no hablar del coste del esfuerzo bélico, cada vez más difícil de justificar ante los contribuyentes.