TLta Navidad es como una botella que unos ven medio llena y otros medio vacía. Medio vacía los que discursan por sistema que la Navidad es un coñazo porque todo el mundo se da los buenos días sin conocerse, practica la solidaridad de salón y aguanta las insolencias ajenas con talante zapateriano , cuando en otras fechas, por un quítame esas pajas, terminan viéndose los mofletes de soslayo frente a la napia superlativa de un juez.

La ven medio llena los que intentan sacarle el trago positivo a estas fiestas que tanto revuelven. Incluso hay quien la ve a rebosar y de vidrio resonante, de las de anís de toda la vida, y agarran una cucharilla de café y rascan el cristal para sacarle rudimentarias partituras de villancicos que cantan en el bar de su barrio a dúo con el vecino que peor se llevan.

Lo que sí pensamos todos, aguafiestas y jubilosos, es que la Navidad de hoy se resume a una sucesión de días vestidos de bombillas luminiscentes de mil colores ideados para el consumo desenfrenado, que huele demasiado a plástico y sabe en exceso a marisco de criadero; y que Papá Noel va ganando terreno a los Reyes Magos, cosa que a algunos férreos defensores de la Navidad mediterránea no gusta, y más con esta última moda de colgar al gordo Santa Claus de los alfeizares de las ventanas.

Me cuenta el octogenario escritor don Eliseo García , que allá por los años 60 conoció a un tipo que las noches del 5 de enero se disfrazaba de rey mago y trepaba por las paredes de los bloques para robar en las casas. Durante varios años le fue bien, hasta que la avaricia le aconsejó que trabajara el doble para sacar mayor botín e hiciera también ronda la nochebuena disfrazado del orondo Papá Noel. Pero por aquellos años en España apenas se sabía, ni se quería saber, de la existencia de Santa Claus y llamó tanto la atención que enseguida le trincaron. Al parecer, el inspector de policía que le echó el guante le dijo: "Que sepas que no te detengo por ladrón, sino por la pinta que llevas". Cómo ha cambiado todo.